viernes, agosto 31, 2007

ASPID

Áspid
Daniel Navarro




La escritura de un cuento me transportó repentina e inesperadamente a tierras árabes y a sus características tanto naturales como musicales.
El cuento “Caballos en el desierto” narra los sucesos relacionados con la pérdida del mar y se resuelve en forma mágica y amorosa a través de una amorosa odalisca de piel oscura que le brinda al osado protagonista del cuento, con un mar transformado en un oasis.
Mas para ello es preciso pagar el precio de la magia, transformado en una serpiente.
El amor entre la odalisca y una víbora cierran la historia de amor.
En mi cuento vi a la serpiente como una Cobra.


Esa repentina sensibilidad de escritor hacia lo desértico y las odaliscas coincidió con un anuncio de la Casa de la Cultura invitando a un concierto en tierras flamencas y en el desierto árabe, por parte de tres extraordinarios músicos: “Sinfonía Desordenada”, Rodrigo López Ray (Guitarra), Anthony Porteill (Cajón y darbuka) y Mario Delgadillo (Piano y teclado digital).

Asistí.
Tomé mi asiento entre los viajeros.
Se hizo la oscuridad.
Su música se abrió alrededor de una tienda bajo el abrigo generoso de las estrellas.
Vi durante el concierto a un Rodrigo con turbante y barba musulmana.
La tienda árabe ondeaba en cicatrices de antiguas batallas.
Bailó Cleopatra.
La vi.
Estoy seguro que todos la vimos en su espíritu.
Mis ojos compartieron un mundo fascinante a través de los mensajes auditivos y una alfombra mágica que desplegó un universo de romances distantes, nostálgicos, evocadores.
A través de la música del trío pude discernir una mirada de odalisca entre velos, ombligo que embrujaba mis ojos de serpiente.
Aplausos de flamenco, golpeteo en el piso, miles de tambores en valla, guitarras en sol, arena del desierto entre cascabeles.


Un trío intelectual, educado, con un lenguaje absolutamente novedoso, con bases musicales sólidas, un despliegue notable de golpes flamencos en la guitarra del profeta Rodrigo.
Gorjeo de cuerdas en seis golpes de viento, prima y sexta repetidas en mí. Estupenda ejecución en marcados de golpe con pulgar para entradas y salidas.
Movimientos de camellos en la caravana.


Una exploración colectiva, guiada por los acordes de piano de un guía musicalmente atrevido, Mario Delgadillo cambiando entre teclado y piano, dependiendo de su albedrío, descansando en las interminables prácticas de escalas cromáticas, caminando veredas de ida y vuelta, incontables veces.
Veneno de áspid en mi corazón.


Anthony Porteill antes de montarse en cajón y de acariciar su darbuka, estuvo escribiendo los ganchos árabes para discutir en forma absolutamente académica y profesional el por qué no puede ser Yilan la palabra más apropiada para el cuento, por ser un sinsentido turco-árabe en términos lingüísticos.
(Yo le había explicado que Yilan, usada en el cuento mencionado en el primer párrafo de este texto, era una primera propuesta de la escritora Yolanda Arroyo Pizarro).
Me apabulló cuando escribió en árabe las diferencias entre las palabras.
Anthony sugirió a la serpiente Áspid para mi cuento, con la palabra Silun, con un punto debajo de la ese.
Una breve revisión indica el poder mortífero de una serpiente elegida por una Cleopatra en tiempos de zozobra.
Amor escrito de derecha a izquierda.


Áspid.
Un cuento y una serpiente dentro de un concierto.
No es vano aseverar que todos fuimos mordidos por una serpiente venenosa a través de la propuesta musical que recorrió nuestras venas poco a poco.
Si usted desea verlos, los miércoles en punto de las nueve y media de la noche, este conjuro de “Sinfonía Desordenada” instala su carpa en las alfombras de Leda Gamboa, cuando El Pabilo recobra un trébol musical en la frente. Lo esconde, lo muestra, lo llama.


Un comentario final: Si la reciente invasión a Iraq ha mostrado algo, es que existe un enorme sentimiento árabe que corre por nuestras venas que hablan español.
Lo saben los tres jóvenes del trébol.
Arabesco puro.
Flamenco rosa en vuelo.









Notas.- Escribí esta nota en Cancún, julio 2003, desafortunadamente el grupo se disolvió. A pesar de que volví a ver a dos de los integrantes actuar por separado, no se logró -al menos en mi sentimiento-, cohesionar el sonido mágico que describe este texto.

jueves, agosto 30, 2007

Inteligencia en palabras: Antonio Lazcano

"La vida en otros planetas es como la democracia: todos hablan de ella, pero nadie la ha visto".

Antonio Lazcano Araujo.

Biólogo y Presidente de la Sociedad Internacional para el Estudio del Origen de la Vida.

Segundo Simposio Interdisciplinario Pensar La Vida.
Colegio de México, agosto 2007.

Apareció en Periódico Reforma. Sección Cultura. p. 8. jueves 30 de agosto 2007. Escrito por Reforma/Staff.

lunes, agosto 27, 2007

FANTASMA VENECIANO

Fantasma Veneciano
Daniel Navarro



Siguiendo el ejemplo de la escritora Olinka Ávila quien dedicó alguna vez su espacio literario a comentar sobre una pregunta planteada por la "mujer de ojos de ámbar", como llama a la Correísta, ahora me toca el turno. Inicio diciendo que su alter ego ha viajado a Europa y aunque no le he pedido autorización, me permito reproducir una de las cartas que he recibido de ella:


“Venezia, lunes, 2 de la tarde:
“Venezia está lleno de fantasmas. Anoche caminé en lo oscuro por calles angostas, solitarias, y los vi. Se asomaban por las ventanas con trajes maravillosos de años atrás. También me encontré a Casanova. Lucía una máscara blanca y sus ojos eran verdes. Pero Venezia es triste aún así. Muy triste. Sus fantasmas me asustan. Así que en unas horas sale mi tren. Ya espero. Arrastro mi maleta a patadas y madrazos por cientos de escaleras y puentes, hace tanto calor que me compré en la calle una playera delgada y fresca y me cambié en un pasillo. Ahora tengo una flor en el pecho que dice "I Love Venezia". Y estoy contenta, porque siento que me protege de los fantasmas. ¡Qué bueno que me voy de día, porque de noche podría meterse uno de ellos en mi maleta! Y sería terrible cargar con él para siempre. ¡Y tan lejos, que no sería fácil devolverlo! Ya me lo imagino: con su máscara y llorando junto al mar de Cancún, todo el día en la oficina, junto a mí, mirándome. Contagiándome su tristeza y fantasmez veneciana. Por eso ya me voy. Y aquí lo dejo. Para siempre. Para siempre.
“Michele Moreno”




La sensibilidad de la Correísta hace un notable descubrimiento durante su estancia en Venecia: la vulnerabilidad de nuestras almas ante los fantasmas que desean escurrirse en las maletas.
¿Cuántos equipajes transportan a estos etéreos habitantes procedentes del lugar que se visita?
Uno pensaría que los seres de otros mundos quizás no necesitarían de nuestros prosaicos métodos de viaje: locomotoras, automóviles, barcas o aeroplanos.
La visión de Michele Moreno es de una claridad tal que detecta a los miles de fantasmas escurriéndose por las calles, animando con su charla al silencio de la noche cual estrellas que centellean. Intuye que alguno querrá escurrirse en una maleta durante la noche.
Asimismo, anticipa que su fantasma veneciano al llegar a Cancún quedaría irremisiblemente unido a ella en un mar de nostalgia por las campiñas de Italia, los caudalosos momentos adriáticos, la presencia de Virgilio, de Ovidio, de Roma y sus campos de olivos.
Un viejo filósofo griego, Aristóteles, en su visionario análisis de los movimientos de los cuerpos celestiales percibió que el tipo de desplazamiento de un lugar a otro es diferente del movimiento de los cuerpos terrestres en la medida en que es circular, y por ello tiene las características de ser infinito.
Esta congruente visión compartida por la escritora y el filósofo de la antigüedad, describiendo fantasmas eternamente desplazándose me ha cautivado.
Quizás Michele Moreno transportó en su maleta algunos fantasmas de Cancún que ahora se encuentren extraviados entre góndolas. Insomnes habitantes cosmopolitas compartiendo universos diurnos, nocturnos, sólidos y etéreos.
Probablemente otros fantasmas dialogarán sobre las bondades del viaje, tomarán fotos del recuerdo, se enviarán postales.


Pero también podría ser posible el inverso.
¿Quién desplazaría a quién? Si el opuesto es posible —y no veo por qué no podría serlo—, siento diferente la frescura de la cabina de los aviones, la exhibición en penumbra de la película en un autobús, la comodidad del viaje en automóvil a través de las montañas, o el bamboleo de los cruceros en la nada atlántica.
Quizás vivamos coexistiendo en un universo de fantasmas viajeros, seres indescriptibles cuya presencia nos es ajena.
Quizás los lectores seamos pasajeros dentro de las alforjas de un fantasma veneciano que cabalga en la campiña en un soleado día de julio.
Más aún, quizás fue un fantasma transterrado quien dictó la letra al poeta español: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar.”


Cuando retorne a Cancún, le daremos la bienvenida a la Correísta.
Escucharemos de su propia voz sus recuentos.
Sólo entonces tendremos una respuesta si alguien percibe a un fantasma italiano detrás de su máscara blanca y ojos verdes, llorando de nostalgia frente al mar de Cancún.










Cancún, México.

sábado, agosto 25, 2007

EL OTRO CUENTO

El otro cuento
Daniel Navarro




“Pedro... las tienes contigo?” -preguntó uno de ellos con voz apenas audible.
”Sí, y son de oro” replicó, tocando las treinta monedas en su bolso y cumpliendo la instrucción que le había sido encomendada.
“Santiago, ¿has dado aviso?” preguntó otro, mientras se dirigían presurosos hacia el lugar donde se realizaría la reunión, y la respuesta fue positiva.
Cuando estuvo preparado todo, el centurión que había dado las treinta monedas a Pedro mandó pedir confirmación.
El plan continuaba.
Un hombre justo compartía el pan y el vino con sus discípulos durante la cena, y después les besaba los pies hablándoles de perdón y compasión.
Les describía un reino de justicia, bondad y misericordia.
De la libertad que conlleva la verdad.
Del amor como sentimiento primordial.
La noche estuvo presente en aquel momento crucial, y de ella he escuchado lo que sigue:
Judas Iscariote besó a Jesús, a quien apresaron.
Como criminal lo llevaron a un juicio por sedición, perdido de antemano por lo que la sentencia sería la crucifixión.
De nada valieron los reclamos de un Judas estupefacto y que al grito de “¡Traición!” puso en evidencia a los que se habían acobardado...
A los que por treinta denarios habían vendido a su maestro.
El murmullo se hizo mayor.
Había incredulidad y confusión.
El que había recibido las monedas se las arrojó a Judas para que dejara de gritar con violencia creciente,
y huyó para no ser identificado.
Rápidamente el Maestro fue rodeado y separado del que imploraba que lo liberaran.
“¡Traidores!”
Judas revelaba con gritos cada uno de los nombres de aquellos que tantas veces habían presenciado milagro tras milagro.
El discípulo defensor no claudicó.
Peleó rabiosamente, abriéndose paso por entre la turba hasta que alcanzó entonces con la mirada a su Maestro.
Jesús, que siempre lo supo todo, le dijo con dulzura infinita:
“Amado Judas, hijo mío.
“El reino del cielo será de aquellos que me aman y que perdonan a los débiles de carácter...”
No pudo hablar más.
Todavía no amanecía y ya se había iniciado el castigo con latigazos en la espalda.
Seguirían la unción con la corona de espinas
y la desnudez
en aquella lenta agonía de un viernes tormentoso.
Al ver a su maestro recibir con la mirada caída el castigo, Judas Iscariote corrió a la higuera y se quitó la vida:
No podía presenciar que vituperaran a su maestro en el Calvario.
No podía mirar su cuerpo maltrecho cargando la cruz, las palmas de sus manos contraídas por el golpe de los clavos lacerando su carne viva,
la lucha perdida por respirar,
y el golpe de lanza en el costado,
para terminar.
Los hechos de ese día transcurrieron y llegaron a su fin.
Los once, arrepentidos, se confabularon
para contar
el otro cuento de Judas.











Cancún, México

domingo, agosto 19, 2007

HURACAN

Huracán
Daniel Navarro




Sigo mirando al huracán. No está demasiado lejos.
El monitor indica que el centro empieza a abrir un ojo por lo que sospecho pronto me verá y sabrá que vigilo sus pasos.
"Se calcula virará al norte tan pronto un efecto en Campeche-Tabasco deje de operar, lo que anticipo sucederá en las próximas seis horas”, dice mi reporte, y lo firmo.
Sigo enervado en su movimiento.
Sé que me tiene en sus manos pero no cedo en mi empeño de hacerle constar mi presencia.
Salgo, reviso la maquinaria, la sonda, los sistemas de navegación.
Mi cabellera se levanta y dibuja una carrera ascendente, sostenida por la furiosa ráfaga que me golpea la cara.
Le intento dar una bofetada aunque no puedo, ni tampoco el dejar de llorar inconsolable.



Nos amamos por vez primera entre las aguas de una playa olvidada en el caribe de México. Por unos meses nuestra felicidad fue total hasta que inexplicablemente lo descubrí.
Deseaba irse.
Lo supe cuando la señal irrefutable se presentó a mi puerta y tocó levemente.
Primero no quise hacer caso, pero luego los golpes eran tan ruidosos, contundentes, secos, que no pude ignorarlos.
Era poco lo que mantenía viva nuestra esperanza.


Al terminar de correr las simulaciones con los modelos, envío un último pronóstico: "Ninguno de tres indican un ajuste adecuado, los vientos serán de 90 nudos, alcanzando ráfagas de 127 durante la noche. Sin embargo, es urgente obtener datos in situ.
Solicito autorización.
Forecaster Stewart. NOAA, National Hurricane Center, 21 de septiembre 2002"



Sin hacer caso del anuncio de No Parking, estacioné el auto y entré a la pequeña oficina cercana al hangar.
Miré sus cálculos, los leí en esta pantalla que me permitía conocer el registro de sus movimientos.
Vi las letras de su apellido que firmaban el pronóstico.
En esos momentos estaba allá, adivinando que los designios de Hermes no son de este mundo.
La orden de tomar uno de esos avioncillos meteorológicos demasiado pronto llegó y tuvo que subir, recorrer los cielos hasta tocar la orilla del remolino.
Vine porque su llamada al celular fue diferente.


“Velocidad del viento, tal como fue previsto. Huracán tipo III. Cero visibilidad.”



Lo cruzaría, tuve la certeza de que lo haría porque siempre disfrutaba esa manera de emborracharse para olvidar las penurias.
Me decía que sentía cómo las alas de su avión casi crujían ante la fuerza de una honda que lo intentaba lanzar al infinito.
Sus manos sosteniendo la fragilidad de los instrumentos eran guiadas por su instinto solamente.
Los aparatos de medición, las sondas y los satélites aparecieron desde temprano en mi vida con Stew.
Me di cuenta que siempre recurrió al mismo truco, a la misma emergencia de salir a una tormenta ahí justo en el momento en que cruzábamos por el abismo de nuestro desamor.
Entonces tomaba el avioncillo y se lanzaba a recabar las medidas necesarias para determinar la ruta de los cuadrantes, el tamaño del ojo, las virtudes del mar caliente que se levantaban como una columna de exhalación hasta el cielo.
Siempre regresó porque sabía que lo estaría esperando, hecha un manojo de nervios, perdonando todo, lista para empezar nuevamente.
Pero lo nuestro hacía mucho que había muerto, y en esta temporada creo que también lo supo, estábamos convencidos de que era mejor poner fin.


"La posición de avión de reconocimiento es próxima al centro del huracán Isidore..."



Leí lo que en las letras amarillentas sobre fondo negro, móviles en la pantalla eran una mera confirmación. La imagen de satélite lo mostró impecable.
Alguien hizo el comentario en voz alta: “Ahora Stew está en el centro”, y miré cómo se abría el ojo del huracán en ese momento también.
El peligro era mortal para el piloto que estaba invadiendo el reinado de torbellino. Le pedí que se cerrara, que lo dejara libre, que fuera yo quien rompiera las cadenas para liberarlo.
Algo sucedió.
La persona que había leído el mensaje en voz alta corrió hacia la radio.
Tomé uno de mis cigarrillos y todos me miraron, en esta área de no fumar, visiblemente nerviosos. No pude contener el llanto.
"Ya lo encontraremos, Ruth, ya restableceremos contacto radial con Stew..." me dijeron una y mil veces tratando de darme fuerzas, pero sabía perfectamente que no sucedería de ese modo.
Yo sabía que él quería retirarse, que nuestro amor era imposible y que había tomado una determinación.
El ojo del huracán se cerró y con el viento, la lluvia y el desamor, el mar se rebelaba en grandes paredes que se desplomaron al avanzar.
Los mandos se pusieron en acción inmediata.
Otros aviones rápidamente fueron redirigidos para la búsqueda de Stew.


Las horas transcurrieron, y con ellas los días y los años.
Es curioso.
Todavía estas tormentas que me visitan cada otoño me traen el recuerdo del amor aquel impregnado de mapas y aparatos.
De una vida transcurrida entre laberintos y vorágines sin coordenadas.


Hoy, frente al mar, veo el espeso oleaje caer pesadamente en rebeldía contra la costa.
Es él.
Viene por mí.
Lo sé.
Aunque todo el mundo corre temeroso arrastrado por los vientos que sacuden los follajes y resquebrajan troncos, yo permanezco en esta orilla azotada por el oleaje.
A pesar del huracán que se avecina, estoy en paz.









Huracán Isidore. Cancún, México.

sábado, agosto 18, 2007

AMOR GITANO

Amor gitano
Daniel Navarro



--“Sé que puedo provocarte llanto o ira, pero en un adiós es la confesión la que agiganta el momento. Lo hace monumental, sin pretensiones, nítido en toda su volumen emocional. Por ello, tengo que confesarte que hay una mujer en mi vida, no sé desde cuando, ni podría responderme yo mismo aunque me lo preguntara. No lo hago porque no me interesa responderlo. Mi mirada está concentrando este vino tinto que me confunde las palabras pero no el pensamiento.

“No me preguntes cuándo robé un beso de su boca. No me inquietes con incertidumbres del futuro. No quisiera lastimarte confesándote los momentos en que mis miradas se tornaron en rosas, en rojos encendidos o en púrpuras vespertinos siguiendo las horas del día y de la noche. La miel de su voz en mis oídos es un embeleso, cuando me pide que no la deje, que la ame, que la posea una vez más. Entonces, abro mi mano para que la lea, para que me revele mi destino y mi futuro. En su clarividencia estoy cegado.

“Cuando miro sus ojos y su cabello ensortijado sé que estoy embrujado, completamente desorientado entre sus laberintos gitanos. Con el pandero, el oro aprisionando sus muñecas, alrededor de su cuello, y el volumen de su corazón, sigue el ritmo y me llama. La suya es agua para beber, suspiros viajeros trascendentales. Me voy entre los brazos de una mujer gitana. No me esperes. Abrí la puerta que me dibujó entre las nubes, y no he regresado. Cuando escuches un pandero, sabrás que ella y yo estamos por ahí, flotando en el aire, amándonos.”



--¡Qué gitana ni qué la chingada! --exclamó Alicia al terminar de leer el escrito que se encontraba aparentemente escondido entre los papeles de Agustín. Hirviendo de celos, salió de la recámara y acto seguido juntó a las señoras del rumbo. Las arengó diciendo que su marido había sido seducido por una húngara, la que además robaba niños. Esto por supuesto generó un sentimiento de solidaridad inmediata entre las mujeres, quienes escucharon una historia de engaño y traición. Juntó a varias de sus vecinas, las más belicosas, se treparon en un autobús y se fueron rumbo a la oficina de Correos.

–Que los encierren en San Juan de Ulúa--, sentenciaba con ahínco a los cuatro vientos, mientras se mantenían guindadas de la barra de metal que cruzaba longitudinalmente al hacinado vehículo.



Agustín era estibador en el puerto de Veracruz, sin embargo a pesar de lo rudo del trabajo, nunca abandonó sus ejercicios literarios. Creía ser descendiente directo de Agustín Lara (“Hasta me llamo igual,” decía) y por eso daba rienda suelta a su pasión aventurera, a su delirio por escribirle a las mujeres. Tomaba con seriedad su oficio de escritor y estudiaba con detenimiento la rima de “Vende Caro tu Amor, Aventurera” o la aperlada letra máxima en “Mujer Divina”. A fin de cuentas, paisanos, hasta ahí llegaban las similitudes porque en su cara ruda no había cicatriz ni tampoco era el flaco de oro: más bien tenía un cuerpo adornado con una maciza panza que sujetaba con un cincho cuando trabajaba cargando fardos en el puerto. Fumaba únicamente cuando tomaba ron con sus compañeros del sindicato.

--Algún día seré lo suficientemente famoso, como para que alguien escuche mis canciones y lea mis versos--. Me dijo, mostrando un cuadernillo de hojas desprendibles, en donde bosquejaba historias y poesía.

--Sí, efectivamente, algún día llegará--. Le dije tras leer algunos trozos. Salimos del Café de La Parroquia y caminamos por la calzada hasta llegar a una esquina donde había muchas personas arremolinadas cerca del mercado de artesanías. Nos acercamos y distinguimos en el centro del grupo a una gitana que alegremente bailaba moviendo el pandero. “Ella es mi musa, pero no lo sabe...” me dijo en secreto.
Pude inferir que siempre la veía bailar al son de la austera música.
Quedé prendado: Su cuerpo era hermosa escultura en aire dorado, ágil y ambarino.
Su poder de seducción era inigualable, ya que me percaté que todas las personas que estábamos mirándola, compartíamos el mismo embeleso.
Su ritmo era el giro de su falda de colores de volar extenso.
Busqué a mi amigo quien desprendía fuego con los ojos, una mirada de amor que ella esquivaba veleidosa. No mucho después, mi embrujo se rompió al percatarme que un grupo de ruidosas mujeres se acercaba a donde nos encontrábamos.




--Yo soy poeta, mis hermanos son poetas, mi familia entera--, trató de explicar Agustín, con aplomo.

--Sí, ya sé que eres un güevón, te la pasas haciendo tus versitos, pero a mí no me vas a ver la cara de pendeja, hijo de poeta? Ajá: hijo de puta, serás--. Remachó Alicia, acentuando excesivamente la letra u. El público miró divertido mientras el lío se incrementaba en nivel y lenguaje.
La gitana, hábil en el manejo de multitudes, sabía cuándo aparecer o disolverse en el aire. Por eso se escurrió discretamente y desapareció.
Mi mirada la siguió unos momentos más, hasta que me interrumpieron los empujones de las señoras...

--¡Quítate, estorbo!--, me increpó un energúmeno vestido de mujer, y entre todas empujaron a mi amigo y le dieron una tunda de palabras y algunos golpes. El estibador tenía mucho cuerpo y fortaleza como para haber lastimado a alguna de ellas, pero no se defendía, lo que acrecentaba la seguridad de las mujeres. Imposible de rescatar, Agustín cayó presa de su mujer y su equipo de solidarias vecinas.

--¡Señoras, por favor!--, exclamé en ruego, tratando de calmarlas...

--Tú cállate, güey —. Me espetó la masculina voz de la persona vestida de mujer, quien intentaba alcanzarle una patada a mi amigo el poeta.

Finalmente lo dejaron en paz. Tras calmar a la fiera de su mujer con repetidos juramentos de que el escrito era solamente poesía y con la promesa de un vestido nuevo como regalo, Agustín poco a poco recobró la calma.

Seguimos caminando por el malecón un tramo más, cuando casi llegando al faro, me despedí. “Tú sigue escribiendo” le dije con ánimo.

--Claro que sí, querido amigo mío, yo nací para músico y poeta, me dijo con alegría.

--Adiós, Flaco--. Le dije mientras las palmeras borrachas de sol, inexistentes en el malecón, proyectaban una sombra esquiva en el mar.




Antes de cruzar la calle me di cuenta que en una banca, un hombre extremadamente delgado miraba al mar y fumaba. Vestía impecable y tenía una cicatriz en su cara. Quizás esperaba a la gitana... no lo sé.









Cancún, México.

viernes, agosto 17, 2007

TRES COSAS

Tres Cosas
Daniel Navarro



Tres cosas me ha enseñado la vida:
primero que las historias
y la existencia
tienen el mismo tiempo,
segundo
que la ventisca raramente conmueve al follaje,
y tercero
que un silbido viaja a la velocidad
de la felicidad al cuadrado.


Mi tiempo mantiene el paso de la letra
y cuando el cansancio me acomete,
los versos me devuelven el aliento.

Mas algún día cesará
el trinar de un ave y
el silbido será sólo eco repetido
sinfín entre los muros
de la prisión solitaria del cuerpo.

Mi existencia será acaso
historia sin tiempo,
recuerdo perfilado de un viento
de invierno estremeciendo tus canas.

Tal vez entonces sepa
que habré sido breve parte de un texto,

la pluma descendiente de un ave
que levanta el vuelo;

o acaso entonces te convenzas
de que ha sido el quieto murmullo de tu voz,

el que me ha creado.









Cancún, México

CANTARES BAJO LA LUNA

cantares bajo la luna
Daniel Navarro




el momento en que regalamos la individualidad se inició una marcha en un plano diferente. sí, los pasos empezaron a ser sincronizados y la ausencia, simiente de nostalgias, devino en incidental presencia cuando hicimos dobles nuestros propios brazos
.si mis ojos se identificaron con los muros, tus latidos lo hicieron con la ceniza de los volcanes. para el resto del universo no fue sino una más en la intrincada red de perspicacias casuales
.mi cayuco entre los pantanos mantuvo su perfil y nos convertimos en seres de piel escamosa
.nos amamos entre el agua. dicen que este sentimiento es poderoso, mas cuando hicimos nuestro juramento, no se cayó ninguna de las estrellas ni los mares dejaron de existir
.tampoco se suspendió la marea aunque no pasó desapercibido que el cantar de diminutas ranas nos acompañó durante alguna jornada nocturna
.sorprendentemente, a pesar de todo, nada extraordinario sucedió
.incontables veces leí los mismos versos sin que se encendiera una nueva estrella
.sin desilusión pude constatar que nuestras letras no inspiraron el rocío de las flores
.hoy que el amor se esfumó, con él también veo ajadas las ocasiones cuando prometimos “jamás”. incluso admito que te hice llorar sin proponérmelo y a pesar de ello, la mar no ha suspendido su recurrente oleaje
.al mirar que la caída de las hojas no se abstuvo de acudir a su cita, que la brisa no estaba unida a versos de un poeta, me pregunté si tenía algún sentido la razón del corazón ¡oh, todo lo que escribimos parece ser ahora tan amorosamente inútil! ¡nuestros sentimientos tan desvanecidamente fuertes! ¡ideales tan perversamente adheridos en nuestra piel!
.escribiendo en el sol
.fue en el transcurso de mis amarguras cuando navegando --como es costumbre--, entre los manglares, descubrí que me había extraviado. el cayuco no distinguía el rumbo y tras pelear repetidas veces contra la confusión, me entregué al atardecer y esperé. al día siguiente seguramente podría encontrar mi camino de regreso

inmóvil, percibí el creciente croar de las ranas y el interminable canto de las chicharras. mi cayuco se transformó en pálido reflejo de vida
.la noche me cubrió con su totalidad
.alcé la vista. entonces fue cuando descubrí una maravilla: ¡el vuelo nocturno de las garzas es tan hermoso! una tras otra se recortaban contra el horizonte en un silencioso movimiento. a pesar de tu lejanía o probablemente debido a ella, quise que admiraras ese momento, justo el preciso instante. ¡tan poderoso ese sentimiento de regalar lo intangible! emocionado, vi pasar, recortadas en la soledad de la noche, las alas blancas de la certidumbre
.¡tan certero como si fuera voraz incendio en mis entrañas! su blanco y callado navegar
.¡tan abdominal el verbo, tan indomable la tinta!
escuché la voz de poeta: “¡todo pasa y todo queda!”
.albura impregnada de oscuridad, silencio en el pentagrama. mi bemol sostenido a duras penas, las garzas con gracilidad cruzaron el horizonte
.todo ese tiempo negra fue mi piel junto con la noche. fui todo un continente nocturno que quiso unirse al vuelo con estela de recuerdos
.mi cayuco espera esta madrugada el camino del regreso. entre los cocodrilos que me acompañan y cuidan, en el remanso de los pantanos, me aqueja una espina: “acaso yo mismo sea la estela producida por el vuelo de las garzas cruzando la noche”, y la duda me asiste la esperanza. “mas cómo saberlo?”
.en mi interior revolotean respuestas que remontan paulatinamente al desánimo. un instante antes del amanecer, cesan las preguntas. se acalla el murmullo. entonces veo mis propias alas encendidas cruzando el infinito en un instante; mi cabello encanecido vuelto albo plumaje, reconozco el sonido de mis propios latidos



.como un faro sin luz, un cayuco solitario que se encuentra a la deriva, se mece
,acaso sea
.por el renovado vuelo de las garzas que anuncian un nuevo día










Cancún, México.

jueves, agosto 16, 2007

AMOR DE PANTANO Y SABANA

Amor de pantano y sabana
Daniel Navarro




--Tú, pescador, lanzarás el chinchorro a la laguna, esperando ver retribuida tu capacidad para abrir el círculo de la luna de la red, pero al jalar el cordel constatarás que no hay pesca.
No te desanimarás porque sabes que mordí tu anzuelo.
Seguirás lanzando con frenesí la red al agua y tu empecinamiento te permitirá mantenerte en vilo a pesar de los infructuosos esfuerzos por que sabes lo que buscas... estás convencido de que existo.
Además, la suerte está echada: ya no volverás a la orilla donde se encuentra tu choza.
Seguirás buscándome.
Alguien notará tu ausencia.
Quizás te busquen durante una semana o dos.
Luego abandonarán tu búsqueda y alguno pensará “Siempre quiso volar”.
Te tendrán por muerto y hasta se improvisarán unos rezos de despedida.
Por ello, nadie vendrá a pescar a esos parajes en señal de respeto ni te buscarán en esta sabana.
Si estás decidido, ven.
Sabes que te espero.





Un lucero apareció en mi cielo. No era el tradicional de la mañana que es el mismo del atardecer. No. Era una luz especial que tomaba baños en el río ancho donde el Usumacinta se pierde en el horizonte. Sirena de agua escurrida en la orilla, con tu luz me impregnaste todos los huesos y forjaste castañuelas de frutos de apompo convirtiéndolas en barcazas. Estabas distante y me acerqué a verte. Apurado, abrí la caja de madera y guardé mis redes, anzuelos, chinchorros. En el camino tiré por la borda los pescados y los recuerdos acumulados en un balde rojizo. Las líneas abiertas en el agua por el borde del cayuco eran punta de flecha. Un espacio abierto en la sabana grande, inmensa, llena de zacatales, es pequeño si se compara con la voluntad de encontrarte. Así fue. No estaba escrito en las estrellas: nosotros lo decidimos. Juntos nos tiramos a un abismo sin saber el destino ni el principio... mucho menos el acabarse. No había libro abierto, ninguna clave, ni indicio. ¿Puro azar? Así fue: sin pensar, desear ni provocar. Cuando llegué a tu lado y me miraste, supe lo que haríamos sin explicaciones ni juicios. El espacio fue infinito y decidí sin dolor ni vida ni muerte. Enterrados en ese lodo de la sabana, nos desplazamos por los pantanos, fui alimento de cocodrilos en la noche y alas de garza en las mañanas: amor: vida: aire: esencia. Dos partes en una sola. Una luna dividida entre los tallos de juncos diluido en la acuarela de esta noche. Amor de pantano y sabana, repté contigo en las alargadas líneas de los ríos y por entre la senda de los tapires. Arañé agua y pasto de filosos bordes, sanando con el lodo reseco del mediodía. En momentos de sed, alguna mariposa fugaz bebía agua de la depresión de tu cuello, y luego batía sus alas en señal de despedida. Sirena que recalaste en mi orilla, he venido a buscarte.




Julián el pescador vivía solo en una cabaña infame cubierta de cartón negro.
Su escaso mobiliario y enseres indicaban una vida absolutamente errante y solitaria, mucho mayor que la soledad que normalmente nos acompaña.
Estaba decidido a encontrar un amor entre los recovecos del río.
Yo lo había conocido tiempo antes y sabía que su único acompañante era un perico verde de frente amarilla que se volvía loco de algarabía al verlo acercarse a la palapa.
Fue hace como tres temporada de pesca cuando instalamos nuestro campamento en la misma orilla del río donde se encontraba la cabaña de Julián.
También recuerdo que fue uno de esos días cuando ocurrió que se extravió.
La desolada cabaña se convirtió en martirio para su único sobreviviente, el perico.
Por eso, cuando me di cuenta, lo traje al campamento para alimentarlo. No era robo, lo regresaría tan pronto Julián regresara.
Sin embargo, como vimos que el tiempo transcurría sin su presencia, después de unos días nos organizamos en el campamento y salimos a buscarlo.
Nuestras frágiles embarcaciones surcaron los manglares, los litorales de la intrincada red de humedales y el río a lo largo y a lo ancho.
No lo encontramos a él, pero sí su cayuco que estaba encallada en una orilla.
Las redes y todos sus implementos de pesca se encontraban protegidos en una caja de madera.
Inmediatamente los cayucos de otros compañeros recobraron fuerza e iniciaron una búsqueda por los ramales de los ríos, caminando por la sabana y los pantanos.
Se dice que alguno de ellos descubrió huellas de pisadas de seres humanos entre las sendas de los tapires, pero nunca dimos con Julián.
Después de quince días abandonamos la búsqueda y casi se nos olvidaba el incidente cuando me sucedió: distinguí a Julián y a una mujer extremadamente joven, a la orilla del río.
Parecían felices en ese universo apartado y se escurrieron en el agua después de un largo rato.
Traté de acercarme para hablarles, sin embargo, los amantes del pantano desaparecieron en el agua.
Yo pienso que Julián perdió la razón porque nosotros los pescadores estamos expuestos a ese delirio que sucede cuando tratamos de atrapar la luna con el chinchorro. Muchos lo han intentado, pero pocos lo han logrado.
¡Quién sabe! a lo mejor Julián fue uno de ellos.
No cabe duda, como dice el verso aquel: “y si una potra alazana caballo viejo se encuentra, el pecho se le desgrana...”




Un cayuco en una orilla del pantanal es ferozmente salvaguardado por fauces de cocodrilos. Mientras, bajo las raíces del manglar, la luna se transluce entre las redes de un viejo pescador y su sirena.









Cancún, México.

miércoles, agosto 15, 2007

No vayas a Alaska

No vayas a Alaska
Daniel Navarro


uno
--¡Maldito pueblo es Anchorage! Verdaderamente. No vayas. No te presentes en esa lejanía, en una esquina de lo que no sucederá jamás. No insistas, no hay oro entre sus intestinos ni petróleo entre los pliegues de las rocas.
--Amor
--¿Amor? ¡Por favor! no me vengas con pendejadas ahora que me encuentro justamente en la encrucijada... Tengo que estudiar los análisis de mercado de nuevas posibilidades mineralógicas.
"No vayas a Alaska. Te lo prohíbo..."


dos
Lo que acaban de leer era mi antecedentes. Por eso cuando recibí la carta en la que me pedía "No vayas a Alaska sin mí, no mires esas montañas cubiertas de hielo, no camines sin mi abrazo sobre las nieves eternas del vecindario del polo norte..." no pude menos que sonreír. Mi corazón latió con fuerza. Leí incansables veces las letras que tanto amaba. Su vocación aventurera me fue un talismán cuyo embrujo era imposible de contradecir. Le escribí, le prometí que iría con él.
Lo soñé claramente: Al cabo de unos meses ahí estaríamos.
Morderíamos nuestra propia carne congelada
de cuando en cuando nos refugiaríamos en el aceite de las maderas de las edificaciones
Mis pezones serían esferas de hielo
cuando me sumergiera en los gélidos remanentes de agua líquida
y haríamos el amor tiritando
entre pieles mal curtidas.
Los labios míos sobre los suyos
fosilizados en piedra viva.
Mi boca recorriendo esa estatua de hielo
vaporizando un vaho
de fulgurante expectación.
Así imaginé ese encuentro, me acompañaba día a día. Me recreaba de pensar que todos mirarían nuestros cuerpos desnudos como figuras reflejadas en la nieve y se extenderían fuera de las latitudes.
Nadaríamos junto a las ballenas y con ellas lanzaríamos mensajes amorosos al infinito a través de canciones oceánicas.
Aletearíamos entre los lobos marinos y los albatros.
Caminaríamos entre el hielo hasta caer exhaustos en un sudor soterrado por las inclemencias de la ventisca.
--Amor
--¿Amor? ¡Vida mía!
Un cielo con poco sol y horizonte insospechado.
Un mar salado de labios resquebrajados...


uno
Te seguí. Sabía que vendrías con ese cretino amante que te describía paraísos inexistentes. Creíste que no me daría cuenta, ¡Claro! ¿Por quién me tomaste?
Miraba cuando recibías sus cartas, te cambiaba el semblante. Pude enterarme. Por eso te seguí hasta este inmundo pueblo. Revisé los boletos de avión, tus compras de último momento. Pocas, he de admitir, como si no planearas un regreso. Te miré entrar a hoteles de mala muerte y salir horas después.
¡Maldita sea mi suerte! Mi vehículo se ha atorado entre las capas de hielo amotinadas por defenderte de mi presencia...


tres
Ella fue a Alaska.
Su amante apagó el latido mucho antes que se lo hubiera propuesto o deseado. Se sumergió en las heladas aguas de un oasis entre el hielo.
Sus pezones se convirtieron en gélidas esferas. Su temblor de los labios fue haciéndose cada vez más intenso. La hipotermia cubría con azul el sonrosado de la piel femenina.


uno
Casi en desesperación, intenté repetidamente la llave del encendido. La camioneta al fin pudo arrancar. Los aditamentos de cadenas en las ruedas poco a poco las hicieron girar entre lo resbaloso del hielo. Las carreteras estaban cerradas por la ventisca. No pude andar mucho más allá que los límites del condado cuando unos policías me impudieron avanzar. Las sirenas eran contundentes y las órdenes gritos inexpugnables. Di marcha atras.
La nieve cubriría por días enteros un paraíso ajeno.
Imposible sobrevivir.
Llamé a los grupos de rescate,
Algunos intentos con helicóptero resultaron fallidos.
Vanas explicaciones. No me di por vencido.
El hotel lujoso donde me hospedé seguía sosteniendo sus emisiones de televisión por satélite, interrumpidas de vez en vez por cataclísmicos anuncios meteorológicos.
¡Maldito Alaska!


tres
El cuerpo fue rescatado casi en estado inerte. La búsqueda con motocicleta había durante una eternidad, mas el éxito coronó la perseverancia.
Los paramédicos rápidamente pusieron en práctica su talento.
Cubriendo su desnudo cuerpo, ella fue transportada al hospital.
Un hombre nerviosamente fumaba para calmar su desesperación.


uno
La carretera fue un interminable preludio cuyo final es majestuoso, debo admitir. Este "hotel" en Bahía de los Ángeles dista mucho de lo que yo originalmente hubiera planeado... cómo he cambiado. Baja California sigue igual, no cable, no teléfono.
Hoy nos levantamos para admirar el amanecer y pudimos ver a las ballenas emitir su prolongada respiración desde el espiráculo, símil de un géyser nómada.
Mírenme, a partir de hoy seré "naturalista aficionado".
Ella se ha puesto su falda larga, una blusa oscura y encima un séter de lana semi-roído.
Luce bella. Ahora le preparo un café en ese pocillo de peltre desportillado que tanto defiende.
El aire matinal del Golfo de California en estos meses de nacimiento de ballenas me sienta bien, contra todo lo que pudiese haber esperado. Después de Alaska me propùse cambiar mi metalizado pensamiento para lograr rescatarla. Los resultados son evidentes. Yo mismo me siento mejor.
Y ella: mírala, su tez refleja el cálido aroma del café y su mirada sigue el acompasado nadar de los cetáceos.


tres
La casa de campaña se perfila contra las montañas áridas. El vuelo de las gaviotas extiende sus dominios por todo el desierto.
Un horizonte de azul salpicado de islas refleja quietud.
Desde el cielo se observan las montañas por la virginal atmósfera.
Abajo, una pareja se encuentra sentada sobre unas piedras, no muy lejos de la orilla.
Desde ahí pueden admirar cómo las ballenas se preparan para el regreso de su itinerarte desfilar desde México hasta Alaska.
Son testigos del reinicio de los amorosos mensajes al infinito a través
de canciones oceánicas.
Ambos, levantando las manos, se despiden de las ballenas,
y les desean feliz viaje.





martes, agosto 14, 2007

CRONICA DE UNA DANZA RELIGIOSA EN METEPEC, ESTADO DE MEXICO

Crónica de una danza religiosa en Metepec, Estado de México
Daniel Navarro


Parto del hecho de que no soy especialista en danza. Por ende, estas notas representan un atisbo y las expongo para consideración de los expertos en la materia. Domingo 12 de agosto 2007. Se celebra a San Lorenzo Mártir en la explanada que se encuentra afuera de la iglesia dedicada al santo, en el barrio de San Lorenzo, Metepec, Estado de México. Cercanías del volcán Nevado de Toluca, temperatura media anual de 12ºC, anualmente se presentan heladas. Cultivos principales: maíz, cacahuate, chícharo, avena.

A las dos de la tarde llegué y ya estaban bailando. Pude apreciar aproximadamente 15 danzantes en cuatro hileras, la mayoría hombres. Vestidos de pantalón blanco, sombrero tipo vaquero, camisa blanca, cinturón ancho. Algunos de tenis, otros de zapato, al menos cinco hombres usaban sandalias. Las mujeres de pantalón blanco, sin sombrero, blusa blanca, zapato cerrado. Tres músicos sin uniforme: violín, guitarra y bajo eléctrico. Una tonada repetitiva y de poca variación tonal. "Tristeza," fue lo que pensé "esa tristeza curiosa, que parece alegre, de fuerte carga emocional, de sabor a indio mexicano". Los instrumentos tenían amplificadores eléctricos y en una pared, tres altavoces reproducían con estridencia la música. Los encargados de los controles del sonido jugaban baraja a espaldas de los músicos. Edad aproximada de los músicos: 45 años. Uno de ellos, el del violín llevaba arete en su oreja derecha.

Fui invitado a una comilona de 300 personas. Mole, arroz, tamales, frijoles, tortillas, coca cola, brandy, tequila, el menú. Pedí doble ración de mole. Quería regresar de inmediato a ver la danza, así que comí rápido. Todo aquel que entrara al patio de la casona en donde me encontraba, recibía un plato de comida, gratuito. En el patio un nogal de castilla con nueces maduras. La generosidad para con desconocidos y fuereños (incluyéndome a mí) era apenas el empiezo de mis descubrimientos.

La plaza frente a la iglesia. Seguían bailando. Traté de poner atención. No soy muy bueno con los pasos, así que tuve que concentrarme. Una secuencia de pasos sencillos, no pude discernir la secuencia de puntos cardinales en la danza, tampoco el tipo de movimientos, algunos brincando con suavidad, otros con elegancia. Giro a la izquierda, giro a la derecha. Un detalle pasé por alto: todos los hombres portaban un fuete al cinto. Algunos también traían un estandarte con la Virgen de Guadalupe, otros con la imagen de la Virgen de San Juan de Los Lagos, Jalisco. Me llamó la atención que casi todos traían una cubeta de plástico. Nunca había visto danzas con tan peculiar aditamento.

Los mayordomos (hombre y mujer) danzaban al frente del grupo, y una persona de jorongo se movía libremente por el área de baile, con micrófono de mano, hablando todo el tiempo. La voz del guía daba instrucciones para modificar la danza, por ejemplo hacer un círculo, o interrumpirlo para regresar a la formación inicial. Asimismo, las palabras no podían escucharse con claridad por la estridencia, pero eran repetitivas. Por ejemplo, en una danza se mencionaban a manera de letanía letanía una serie de “parajes” localizados en la Costa Chica de Guerrero. En otra, una serie de personas que no eran bienvenidas a la danza tales como borrachos o tahúres. La que más me llamó la atención es una letanía que menciona la palabra “bajen sus armas, porque aquí las armas no valen, las armas no sirven ante la fe, haremos respetar y defenderemos a San Lorenzo, la Virgen del Carmen y la Virgen de la Soledad del Puerto de Acapulco”. Inevitablemente me hizo preguntarme si lo que estaba escuchando era un resabio de la guerra cristera en México hace poco menos de un siglo.

En un momento, el guía ordenó a los “arrieros” descargar, y entonces me di cuenta que en las cubetas había obsequios para el público: cacahuates garapiñados y otros tipos de golosinas. Parte yo mismo de la audiencia, repentinamente uno de los danzantes me ofreció un pequeño paquete de semillas de calabaza secas y crujientes.

La secuencia se repitió durante al menos una hora, posteriormente se hizo un intermedio (digamos), durante el cual en un espacio cerrado se distribuyó alimento para los danzantes y sus familias. Pude ver que era barbacoa de borrego. Porciones muy grandes. Las familias permanecían en largas mesas colocadas entre los danzantes y el público. Sobre las mesas tenían artículos de plástico tales como cucharas, bandejas, cubetas de todos tamaños, y ese aditamente para hacer machacar frijoles y hacerlos refritos cuyo nombre se me escapa. También, dentro del área de danza, se mantenía fuego para preparar tortillas. Dicho fuego tuvo presencia toda la ceremonia de la danza. Cinco horas al menos.

Aproveché para charlar con un danzante. Me dijo que se llaman Los Arrieros y que viven en Santa Cruz Atizapán. Que los invitaron a bailar el 3 de diciembre en El Oro, y el 12 de diciembre en San Miguel. Que ellos no reciben salario. Que los que los invitan les proporcionan transporte y alimento. Que ellos adquieren los objetos que regalan. Que las cubetas son para regalar. Que el fuete es para golpear al que baila mal.

La tarde nublada. Llamaron a proseguir la danza. El guía fuete en mano y en alto indicaba la formación. Se recuperó el orden, la energía, el fervor. Hombres con hombres bailando con religiosidad en una danza cuyos orígenes son desconocidos. Hombres rurales mexicanos que supongo tienen pocas oportunidades de bailar en otras circunstancias. Posiblemente sea un prejuicio mío.

Al acercarse el fin de la ceremonia, la gente arremolinada bajo la carpa instalada. El guía daba orden de desprenderse de la “carga”. Entonces se regalaron todos los objetos sobre la mesa, alimento, plástico, adornos de yeso coloreado (un delfín blando y azul llamó mi atención). Muchos regalos para el público.

Al final, el guía dio órdenes de hacer reverencia ante las imágenes colocadas al frente de la danza, de la siguiente manera (la música sin dejar de tocar): Orden para atrás, luego hacia delante, hincarse y persignarse (lo cual hicieron con rapidez), orden para atrás, luego adelante, hincarse sin persignarse. Luego la misma secuencia otra vez persignándose.

La voz del guía final fue una plegaria pidiendo a San Lorenzo y a los otros santos, abundantes cosechas, alimento para los danzantes y para los asistentes que veíamos la danza, salud y gracia divina. Pidió que tomaran el sombrero con la mano en alto (el puño en el interior del hueco del sombrero), y en caravana abandonaron el local de danza.

Cesó la estridencia. Mis oídos descansaron. Emocionado, desorientado, confundido. Quizás por eso, posteriormente me fui con los cueteros atrás de la iglesia. Quise aprender a lanzar una gruesa de petardos (144, arreglados en hilera). Para celebrar a la manera de los pueblos rurales del centro de México. Un trago de tequila y explosiones en el firmamento.

Acerca de mí

Mi foto
Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.