miércoles, septiembre 12, 2007

BLOG DE SEPTIEMBRE 2007


16 de septiembre, día de celebración de la independencia de México.



Letras y Naturaleza
Blog de septiembre 2007: recordando a un geólogo


La naturaleza siempre ha sido mi pasión. Ingresé a la Universidad Nacional Autónoma de México en 1971, después de haber cursado la preparatoria en una pequeña escuela de la provincia mexicana. No obstante, no tenía clara idea de lo que significaba dedicarse a las ciencias naturales. Recuerdo que un maestro me conmocionó en mi visión del universo: Héctor Ochoterena, quien impartía la clase de Geología. A él, a su persona como catedrático de la Universidad, le debo muchísimo como naturalista y como escritor. Su presencia fue definitiva en mi formación profesional.

Porque abrí mi pecho una mañana al descender del autobús, en una excursión de campo, y las montañas recortadas del Eje Volcánico aparecieron magníficas ante mis propios ojos. Ochoterena nos obsequió una sencilla explicación acerca de la forma del horizonte, de la manera en que un pico corta el cielo durante una erupción volcánica. Maravillado pude encontrar y atesorar una bomba de lava, para poco después descender a unas cavernas impresionantes en el Estado de Guerrero.

Quise recorrer la tierra entera, sus ríos, sus montañas; hablar con árboles, escuchar el viento. No sabía que quería ser naturalista y mucho menos que me inclinaría a escribir alguna vez un diario electrónico a la vista de todos los que pudieran toparse con mis pasos. Quise escribir historias científicas, pero con el tiempo, las historias empezaron a poblarse en otra geología, personajes surgidos de una mezcla de color sin longitud de onda, sangre con diferentes pulsaciones, voces sin tiempo. A final de cuentas, las historias reales y ficticias se cruzan en varias dimensiones.

Así es. En septiembre, además de recordar a Héctor Ochoterena, he puesto textos fundamentales y que he escrito en diversas etapas de mi existencia.


Programa de septiembre 2007


Las morismas del Santo Niño de Atocha (Documental)
No tenía idea de que el 25 de diciembre en Plateros, el mundo se transforma. Fue accidente la manera de descubrir las morismas de Plateros, todavía son poco conocidas en México. La tradición ajustada, modificada y pletórica de raíces prehispánicas, se encuentra combinada con una profunda espiritualidad. Por ello presento un texto que rescata la Oración y lo acompaño de fotografías de la ceremonia del Santo Niño, en México central, Zacatecas.


Caballos en el Desierto (Narrativa)
Dentro del género literario denominado Cuento, elaboro un texto a partir de la idea central de que el mar desaparece creando un cataclismo. Un sueño, una predicción. Un vaquero se refugia en una fantasía, en un lugar mítico, donde el futuro es posible. Una odalisca es el personaje central femenino. Mi atracción por la cultura árabe se manifiesta en el texto.


Voces (Narrativa histórica)
El 2 de octubre de 1968, una masacre justo antes de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en la ciudad de México. Tlatelolco se cubre de sangre. Una historia que todavía no logro entender, motivaciones inexplicables, personalmente vividas a posteriori. Yo llegué a vivir a Tlatelolco a partir de 1971, pude ver las paredes heridas de balas. En el mismo Tlatelolco, durante la Conquista de México, cayó Cuauhtémoc, el último rey azteca. En mi texto se presentan las dos historias simultáneamente.


Nuevo Mundo (Narrativa)
Texto festivo donde el personaje central es una pequeña piedra la cual acompaña a un indio enamorado de una española. Los diálogos entre el indio y la piedra incluyen líneas en silencio.


Globalización y escritores (Ensayo)
La erosión constante de la trayectoria cultural de los pueblos, los sucesos recientes de globalización y homogeneización e identidad, son aspectos que se abordan en el ensayo. Este texto fue leído y discutido en un evento literario que tuvo lugar en el Caribe Mexicano.


La Casta (Narrativa y arte gráfico)
La presencia de iglesias en la Península de Yucatán en México, las cuales tienen una orientación diferente a la tradicional (este - oeste), me surgió la idea de que esas iglesias han sido "castigadas", posiblemente por haber sido colocadas en sitios de alta rebeldía local. Y como parte de este "castigo", han sido intencionalmente abandonadas y actualmente en ruinas. En el cuento presento una explicación para el estado actual de deterioro y soledad de edificaciones religiosas sin paredes, sin bóveda, en completa soledad. Las fotografías en blanco y negro que acompañan al texto han sido intencionalmente erosionadas también, para dar lugar a un efecto de antigüedad.


El libro azul (Narrativa)
Recibí el libro azul como obsequio: los poemas de Wislawa Szymborska. Lo leí completo en el jardín del Museo de Arqueología de la ciudad de Xalapa, Veracruz, una zona cafetalera de la Sierra Madre Oriental. Al terminar el libro, quise imaginar una historia alrededor de éste. Un relato amoroso en la edad madura de una pareja que se refugia en la idea del primer amor.


Cuarenta y dos pasos (Narrativa)
Una historia de amor entre una ciega y un librero. Yo aprendí braille de joven, y el recuerdo me hizo escribir este cuento. De interés para los estudiosos de teoría literaria, en este texto abordo la idea de que no sólo el personaje central padece de ceguera, sino que la voz narrativa también.


Cometa (Ficción)
Mi afición por la física me hizo escribir este cuento de ficción, donde las características de los seres humanos clonados es un temblor en las manos, y se narran los momentos finales del personaje que logra su propósito. Una porción del poema de Octavio Paz "A través" acompaña como epígrafe al cuento.


Atahualpa (Prosa poética)
La nostalgia es un sentimiento poderoso e indefinible. Para acompañar esa nostalgia, escribí este texto derivado de las emotivas, rebeldes y parcas líneas de Atahualpa Yupanqui en Los ejes de mi carreta. Esa nostalgia y este texto alguna vez cruzaron el mar.


El muro fronterizo México - USA: La dimensión ambiental (Ensayo)
Un atroz sentimiento de pobreza sin solución empuja a un enorme contingente de seres humanos a cruzar una frontera desértica. Un país que no es capaz de generar las suficientes soluciones para sus habitantes. Un país que no desea recibir ese flujo migratorio. Un muro. Un dilema. Familias y amores que jamás han sido detenidas por murallas. Árboles adornados con pajarillos que no detienen su canto.


La Pasión según Santa Prisca: Semana Santa en Taxco (Documental)
La visita a Taxco durante la Semana Santa es inolvidable, impactante, interesante, sangrienta, festiva, agotadora, emotiva, fúnebre, original, encadenada, encruzada, tradicional, ambarina, rocosa, dulce, sonora, silenciosa, montañosa, hiriente, carnosa. Las fotografías son apenas una selección del material gráfico. Oprima sobre la foto para verla ampliada.


El prisma y el arco iris (Ficción)
¿Cómo se puede acceder, en forma intencional, al campo de la invención? Dicho de otra manera: debe haber algo que dispare a los inventores y a sus inventos. Hay muchas explicaciones. Yo parto de un curioso texto de Einstein que dice: "el secreto de la creatividad estriba en saber cómo esconder tus fuentes". ¿Qué quiso decir? En mi texto yo propongo una explicación. No muy ortodoxa, por cierto.



Gracias por visitar este espacio, los enlaces se encuentran abajo en Contenido.


Daniel Navarro




Foto: "Gallero", por Daniel Navarro. 2006.
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sábado, septiembre 08, 2007

LAS MORISMAS DEL SANTO NIÑO DE ATOCHA

Las Morismas del Santo Niño de Atocha
Daniel Navarro


La ceremonia
Las Morismas del Santo Niño de Atocha tienen lugar el 25 de diciembre de cada año en la localidad de Plateros, Zacatecas, México. A lo largo del día se escenifica una ceremonia múltiple y simultánea, donde el cerco a una comunidad española durante el tiempo de los moros se recrea. Nadie entra ni sale de la villa sitiada. Los habitantes mueren de hambre y sed. Un niño logra vencer el cerco, sin violencia. Se le permite entrar. Lleva pan, agua. El niño reparte alimento y los panes se multiplican. Es el Niño de Atocha. El niño Jesús. La alabanza española se lleva a México con los mineros, y la admiración se agiganta en el Nuevo Mundo. Se adopta, se le piden milagros, los concede, el Niño de Atocha sobrevive a tiempos de cambio, a embates de modernidad. Plateros, en las cercanías de Fresnillo, es un paraje semidesértico, de límpidos cielos y profunda espiritualidad. Como aparecidos de otras dimensiones, los danzantes visten coloridos trajes, caras cubiertas de cuentas de vidrio, plumas y maracas. La iglesia contiene una cantidad tal de retablos en los cuales los agradecidos expresan en unas cuantas letras, en pequeñas ofrendas, el milagro concedido, la cura desesperadamente requerida, el dolor que no puede ser expresado con palabras. Un niño que apacible responde al llamado de los incurables, de aquellos a los que la soledad enloquece. La espiritualidad se manifiesta de muchas maneras en Plateros. En latitudes donde la espiritualidad es casi ausente, los viajeros cruzan el Río Bravo, hacia el sur, para venir a enaltecer la memoria del niño. Aquí queda la memoria. El presente documento fue recopilado en texto y gráficos el año 2005.



Retablos
¿Quiere Usted hablar del Santo Niño?
En virtud de que no existe una página específica para el Santo Niño de Atocha, abro este espacio. Escriba un comentario (un poco más abajo, donde dice: "Publicar un comentario)", compartiendo el motivo de su fe, su experiencia. Los comentarios son visibles para cada visitante.



A.- Fotografías
1.- Bandera



Un hombre con la roída bandera mexicana de tres colores adornada con letras y símbolos añadidos, reminiscente de tiempos fuera de cronología. El homenaje de un pueblo sencillo, humilde, a un niño Jesús español que alguna vez desafiara el sitio de los moros para ir en auxilio de los desesperados. No hay potentados entre los asistentes. No hay saco ni corbata. Por este día, el 25 de diciembre, el santuario de Plateros es español con bandera tricolor, y los moros visten de charro, rodeados también de danzas prehispánicas que no son aztecas ni del llamado cuerpo de culturas de Mesoamérica.
Una ecléctica muestra cultural de hondas raíces, alrededor de un infante de sombrero, sandalias y corazón generoso.


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2.- Cruz



La austeridad de las cruces que bordean el camino de acceso al santuario de Plateros es una muestra de la lejanía y desapego que existe entre la actividad preponderante en el terreno minero, y la nueva realidad que implica un significativo número de nativos zacatecanos en búsqueda de nuevos horizontes, particularmente en el ámbito de los Estados Unidos. Zacatecas es uno de los estados de mayor proporción de procedencia de trabajadores temporales en los Estados Unidos, particularmente de aquellos que carecen de documentación migratoria. No obstante, es importante señalar que un buen número de peregrinos regresa al santuario a dar gracias, trayendo las muestras de su evidente mejoría en la condición económica.

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3.- "Banda de Guerra"



La banda de guerra y su permanente atuendo. La exhuberancia de la celebración en el terreno religioso contrasta enormemente con la austeridad de los habitantes y peregrinos. En un contexto histórico que resalta una de las zonas de mayor producción de plata de la nación mexicana, la pobreza en el ámbito económico permanece.

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4.- Bandera roja



Un hombre sostiene la bandera, solitario, su propio estandarte. No parece estar acompañado de alguien más, no encabeza un visible contingente. Fuma su cigarrillo. Se acomoda en la valla que espera al señor obispo. Permanece.

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5.- Banderola



Un contingente de estudiantes enarbolando un emblema que dice: Morisma, Cañitas, Zacatecas. Es de resaltar la imagen de la Virgen de San Juan de los Lagos, Jalisco. El grupo en la imagen forma parte del desfile encabezado por el Señor Obispo y el propio Santo Niño de Atocha.

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6.- Vitrina del Santo Niño de Atocha



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7.- Charro



El líder de un grupo de jinetes de las morismas (el grupo porta camisa rosa y el caballo un peto del mismo color), es un ranchero de la localidad de Fresnillo, Zacatecas. Su contribución a la festividad es el de proporcionar con su propio trabajo, así como con caballos y sus hijos portan banderolas y ejecutan actos de gran valor tanto ecuestre como religioso. Su papel de su contingente es el de ser parte de la representación de los moros sitiando a la ciudad española del siglo XIII.


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8.- Danza Cardenal



Una niña forma parte del intenso trabajo de danza del grupo de Los Cardenales. Ritmo, concentración y movimiento siguiente el básico tañir de un moderno atabal.

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9.- Danza Estrella



Un grupo de jovencitas conforma la danza Estrella, portando una vestimenta parecida al denominado "enredo", no obstante, no he podido localizar el nombre correcto de la indumentaria que contiene adornos originalmente de cañas. Una maraca apoya la concentración. No parece cantarse algún tema en particular, el movimiento es el elemento fundamental.

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10.- Danza Amarilla



La danza Amarilla es un complejo sistema de movimientos con personas portando un tocado vistoso, plumario. Obsérvese el calzado.

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11.- Esperando Obispo



El señor obispo fue citado a una hora determinada. Los jinetes se organizan en una valla.

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12.- Oficial



Una persona de apariencia y uniforme distintivos, emite indicaciones para la conformación de vallas y jinetes.

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13.- Organizando Contingentes



La tarea de organizar la espera a un señor obispo que no llega.

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14.- Pancho Villa



La personalidad de Pancho Villa se encuentra muy vigente en Zacatecas, sede de una de las escenas más fuertes y violentas del suceso histórico conocido como Revolución Mexicana. Al saber que le tomaría fotografía, el jinete hizo cambio de camisa y se puso su sombrero de charro.

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15.- Jinete Niño



Reacio y desconfiado, un niño jinete muestra su rostro de dureza. Es parte del grupo de las morismas. Domina el caballo. Venera al mismo Niño que todos sus antepasados. Una mezcla de Navidad, historia y transferencia cultural.

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16.- Pancho Villa Cabalga de Nuevo



Le pedi al moderno Pancho Villa que posara como la estatua y la imagen clásica del Centauro del Norte. Su colaboración es evidente.

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17.- Pareja de Caballos


El llano es pedregoso, polvoriento. En la base de un cerro donde se encuentra una ermita poco visitada. El llano es delimitado por una cerca de alambre de púas. Pocos visitantes que registren el evento. Una representante del Instituto de Cultura de Zacatecas toma fotografías. Los caballos y los jinetes efectúan su propia danza.

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18.- Las Morismas



Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.


"Suave Patria" Ramón López Velarde


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19.- "Polvo eres y en polvo te convertirás"



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20.- Retablos de agradecimiento al Santo Niño



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21.- Rodrigo



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22.- Rostro



El personaje denominado "Rostro" es el representante del grupo y el que diseña las danzas. Al preguntarle si las inventaba o si las había heredado de su familia, su respuesta es que las danzas forman parte de su herencia. En su grupo hay familiares y otras personas de los poblados vecinos que se unen a la celebración en forma anual.

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23.- Tequilita



Me juró y perjuró que la botella NO contenía tequila. Su sonrisa maliciosa me hizo dudar. Aunque le creí. Supongo que en el interior de la botella se encuentra jugo de naranja.


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B.- Las Morismas, mi propia experiencia
Plateros, Zacatecas, México, diciembre 2005
Daniel Navarro


No es asunto menor. Por la cantidad de peregrinos, el tercer sitio religioso de México, después de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México, y de la Virgen de San Juan de Los Lagos, en Jalisco, es el Santuario del Santo Niño de Atocha.

25 de diciembre de 2005
Plateros, Zacatecas, México
Santuario del Santo Niño de Atocha


La salida de la ciudad de Zacatecas marca “Fresnillo” y hacia allá tomamos. Autopista de cuota. 23 pesos en total, o algo así como dos dólares de Estados Unidos. Poco menos de media hora. No corro mucho. Al llegar, cruzamos la ciudad y tomamos la desviación a Plateros. 5 kilómetros.

Una caravana de automóviles, la mayor parte del tipo pick up, “camionetas” como se les denomina localmente. Hay una extraordinaria concentración de placas de Texas, Oklahoma, California, Indiana, Iowa, Idaho. Nueve treinta de la mañana. Templado día sin nubes y cielo azul intenso. Nos recibe una columna de aproximadamente 10 personas vestidas de ranchero en fila dispuestas en la parte central de la carretera. Al llegar a un cruce, a un oficial de tránsito le explicamos que venimos a presenciar las Morismas del Santo Niño de Atocha. Nos indica que nos estacionemos en cualquier sitio, al lado de un llano enorme.


“Sapientísimo Niño de Atocha, general protector de todos los hombres, general amparo de los desvalidos, médico divino de cualquier enfermedad. Poderosísimo Niño, yo te saludo y te alabo en este día y te ofrezco estos tres Padres Nuestros y Ave Marías, en memoria de aquella jornada que hiciste encarnado en las purísimas entrañas de tu amabilísima Madre, desde aquella ciudad santa de Jerusalem hasta llegar a Belén.”



Una gran cantidad de personas se encuentran reunidas y agrupados en varios contingentes, identificados por el color de la camisa. La actividad es incesante. Llegan camionetas cargadas de uno o varias cabalgaduras. Todos se alistan. Proliferan los sombreros. Charros y tejanos por igual. Bajan caballos con aparejos de humilde origen, frenos sin embocadura, sangre rural en las monturas. Nadie paga la celebración, cada uno de los jinetes cubre sus gastos. La Morisma se espera y celebra con enorme alegría y devoción. Se agregan aproximadamente cien jinetes. Cuando todos están listos y uniformados, una persona de apariencia anacrónica por la vestimenta, ordena que se forme la valla en la calle que desemboca en el templo, para recibir al señor Obispo.

Son las 10:35. “Ya debía haber llegado” comentan con ansiedad los jinetes. La hilera de caballos y una “banda de guerra” con visos de anacronismos y una enorme fiereza para realizar su encantación en medio de una pobreza evidente. “El Obispo no llega”.

La iglesia hierve en actividad. En tres áreas, simultáneamente, danzantes a diferentes ritmos, con atuendos coloridos, bailan un monótono ritmo. Los danzantes de la Pluma de Cristo Rey son impactantes. La cara cubierta con cuentas, una corona con espejos, rematada con penacho de plumas. En la parte posterior, una pañoleta y listones de colores. En la espalda, una mantilla con cruces tejidas en punto de cruz. En la danza de la Estrella, un grupo de jovencitas se entrega a la concentración de un baile circular, con un delantal de canutillos. Las danzas son absorbentes, hipnóticas, cuerpos arremetiendo contra espectros invisibles. En un caso, un violinista apoyaba el sonsonete. En el resto de los casos, únicamente el ritmo reflejado en desgastadas alpargatas de madera.

Finalmente, la algarabía de la “banda de guerra” anuncia que el Sr. Obispo se acerca. Son las 11:40, los caballos ya habrán sido presa de desesperación, pero finalmente se acerca el personaje esperado. Antecediéndolo, una pequeña vitrina con el Santo Niño acarreada por varios hombres. Intento infructuosamente tomarle una fotografía. No lo logro. Sigo registrando en imágenes a los elementos del contingente musical y de los danzantes. Veo al Obispo. A pesar de que mi cámara fotográfica está lista, no la enfoco cámara hacia él en rebeldía a su impuntualidad, en reclamo a su desdén por los fieles. Avanza incólume. No parece ser tocado por la emoción de los danzantes emplumados sin rostro. Mi respuesta es que el rollo de película se resiste a registrar su presencia. Opto por mantenerlo en el anonimato. No sé su nombre, tampoco lo investigo. En vez de ello, sigo mirando a los danzantes, a los jinetes, a los músicos, a los caballos. Al polvo, a las plumas, a la alegría. Al niño de Atocha y sus retablos. Y a los niños que no son de Atocha.


“Por cuyos recuerdos que hago en este día te pido me concedas lo que te suplico, para lo cual interpongo estos méritos y los acompaño con los del Coro de los Querubines y Serafines, que están adornados de perfecta sabiduría, por los cuales espero, preciosísimo Niño de Atocha, feliz despacho en lo que te ruego y pretendo, y estoy cierto que no saldré desconsolado de ti, y lograré una buena muerte, para llegar a acompañarte en Belén de la Gloria.”



Cuando la iglesia se suelta en campanadas, nos vamos a ver a las Morismas. Ahora los jinetes ocupan su sitio en el campo. En momentos hacen vueltas en círculos cortos, y repentinamente, en una forma cada vez creciente, un galope rompe la calma del terreno, sólo para terminar en bruscos frenos de carrera. No obstante, los movimientos cada vez son más intensos y cada cierto tiempo, se forma un círculo de caballos a todo galope, y el cielo se cubre de polvo.

“Polvo eres y en polvo te convertirás” dice un fragmento adivinatorio, de resignación e inclemencia. Así, cuando los caballos desbocados cubren los espacios, todos aspiramos el polvo, se pierde la visibilidad. Somos el hoy y el futuro. Incesante principio y fin de cabalgatas en verde, rojo, naranja, rosa, amarillo, y otros colores mezclados.

Pocos testigos externos de una celebración poco conocida. Extraña. Acaso el nombre de Morismas se derive del suceso ocurrido en la España del siglo XIII, cuando los moros sitiaron una ciudad española y los cautivos fueron recluidos sin posibilidad de escapatoria. Transcurrido cierto tiempo, los presos sufrían de hambre y sed, ya que los moros impedían el acceso al auxilio. Por ello, los familiares de los cautivos pidieron ayuda divina. Un día, se apareció (cuenta la tradición) un niño vestido de azul, con una canasta con alimento en una mano, y en la otra un receptáculo para agua, junto con una especie de báculo. El paso le fue permitido por los moros al dicho niño quien se encargó de alimentar a los prisioneros, reproduciendo de una forma simbólica el episodio de los panes y de los peces.

La explosión de valor durante la ceremonia de las Morismas, de un riesgo evidente en la fase del recorrido en caballo desbocado, implica una entrega total al rito. Los caballos y sus jinetes son un solo ente, girando entre el polvo en la base de una ermita. Una y otra vez, la vida se pone en juego (la caída de un caballo irremediablemente implicaría la caída de varios mas, y de sus jinetes). Un peligro incesante, que se enfrenta con el velo del Santo Niño, protector de aquellos que están expuestos al peligro.

Se dice que el Santo Niño también protege a los encarcelados injustamente, y a los viajeros. No es extraño entonces el que una gran cantidad de mexicanos viviendo en los Estados Unidos procuren el manto protector del Santo Niño. Familias enteras de autoexiliados que regresan a venerar a un chiquillo que encarna a un Jesús diferente al recién nacido. Más bien a un Jesús de ocho o diez años, que recibe el nombre del Santo Niño de Atocha.

Concluye la ceremonia al atardecer. Más de rato anochece. Vamos de regreso a la ciudad de México. “Gracias por venir conmigo” le dije a Rodrigo, mi hijo, quien me acompañó la jornada. “Te quería ofrecer pasado, te quería dar raíces”. Así devoramos en silencio el trayecto. Una carretera que avanza y desaparece. Un futuro y un fugaz instante en la canasta del destino. Alimento y agua que cruza barreras. Auxilio que mitiga la permanente incertidumbre de nuestra existencia. Apuntes e imagen para transcribir una oración. O viceversa.









Notas

· Si bien en forma personal guardo una percepción de espiritualidad y religiosidad que considero propia, el hecho de recordar que en mi niñez hubo danzantes semidesnudos, con coronas de espejos, me sitúa en una situación altamente emotiva al presenciar la ceremonia de Las Morismas y las danzas. Agradezco a los participantes de la ceremonia, su atención y generosidad durante el registro escrito y fotográfico, particularmente al grupo de Danza “Estrella”, “La Pluma de Cristo Rey”, "El Cardenal", “José María Morelos”, y los jinetes de las Morismas.

· Oración: El texto en cursivas corresponde a la oración al Santo Niño de Atocha. Derechos Reservados de la autoridad eclesiástica.

· Bibliografía: Una fotografía de las Morismas en 1932 aparece en la portada del libro “El Santuario de Plateros” de Bernardo del Hoyo Calzada. Patronato de Fresnillo, Zacatecas. 2004. Agradezco a la historiadora María Guadalupe Dávalos Macías (Instituto de Cultura de Zacatecas), su providencial auxilio en materia bibliográfica.

· Las fotografías pertenecen a Daniel Navarro, 2005. Copyright avrilphoto. Derechos Reservados.

Zacatecas, México.

viernes, septiembre 07, 2007

CABALLOS EN EL DESIERTO




Caballos en el Desierto
Daniel Navarro


Lo escribí para ti, odalisca



El espectáculo era imposible de entender. “El mar no puede desaparecer” me repetía una y mil veces. Inmediatamente supe que la odalisca me había dicho la verdad...
Corrí a las caballerizas. Seguí sus instrucciones. Tomé los animales y traté de salvar la mayor cantidad de agua... escasearía... el pozo estaba casi seco cuando terminé de llenar bolsas de cuero para cada caballo y una para mí... Estaba frenético...
Cuarenta bestias me forjaron caravana.
El sombrero me servía de sombra, almohada, plato, vaso, brisa y espejo.
Caballos en fila.
Fuimos los únicos sobrevivientes.
Por semanas mantuvimos el paso lento amargado de la prolongada búsqueda.
Yo los arreé desde el último lugar, al final de la línea, a veces caminando aunque las más de las veces montado. Mi hilera se movía en dirección sur, hacia el ecuador.
Había desaparecido el mar y lo único que quedó en Uqbar fueron estas inmensas montañas de sal y arena. Mi pueblo completo un fantasma.
No lo supe entonces, pero el rumbo de mi existencia había sido marcado desde que una odalisca apareciera en mi vida.
Ella marcó una esperanza para el cataclismo.
Mi oficio de vaquero en esa hacienda costera, me daba un aire de distancia.
Hasta allá llegó. Era bella la árabe.
Cada tarde su grupo formaba un círculo donde bailaba. Una diosa.
Las mil y una noches sobre la alfombra. Recorrí desiertos imaginarios sobre su cabellera, admirando su mirada entre velos. Entre los tambores y sus movimientos escuché que me repetía una palabra: “Yilan
No sé qué vio en mí pero yo sí supe que me cautivaba profundamente esa mujer, sus movimientos de la cadera me recorrían las arterias, me exacerbaba la respiración, en cada golpe de pelvis hacia monstruos imaginarios de la nada.
Yilan” me repetía... ¡qué voz tan poderosa! gritándome entre el estruendo del baile, los movimientos seductores, manteniendo la mirada en mí. Ella era una mujer hermosa y mi piel se erizaba, indudablemente estaba embrujado.
Una noche la busqué.
Ella me esperaba, descubrí con sorpresa.
Trenzadas las manos, me amó como nunca lo había sentido.
Fui hombre al sentir un vaivén sobre mi abdomen.
Al conocerla, al amarla, me confesó entre la paz de la tienda que el grupo de nómadas buscaba un lugar donde refugiarse. “¡El mar desaparecerá!” me reveló.
Yo besé su frente. Me pareció un temor ingenuo propio de esa cultura de espiritualistas.
Me pidió que no la olvidara y que cuando llegara el día, la fuera a buscar, para recuperar el horizonte, buscar juntos una esperanza.
Nos hundimos en la soledad de muchas noches y en cada una de ella me repetía la misma historia... “El mar desaparecerá”
Mas ese día llegó. Un día, con mi rebaño casi en el corral, había terminado mis labores del día.
La noche llegó precedida de un eclipse la noche anterior; un halo la séptima noche anterior; una coloración rojiza en cuarenta noches anteriores...El mar se retrajo con rapidez.
No me había dado cuenta, pero el ruido del tropel, los aullidos de los animales, el vuelo insospechado de las aves.
Busqué la razón y cuando vi el oleaje retraerse, la mar se alejaba de la línea costera... el agua se movía como en desesperada huída.




Con mis caballos en la arena seguía el rastro de un mar que se había hundido en un punto ecuatorial que la arabesca me había revelado una noche cuando la estrella Altair estuvo en el cenit.
Miraba a la distancia, entre el espejismo lo único discernible era la carne en descomposición de animales y hombres.
El hedor insoportable, descubrí una nueva función para mi sombrero: filtro de aire.
Rústicamente amarrado en mi cara, con la cabellera de sudor, avancé con mis caballos, hasta que el esfuerzo se acumuló a tal punto que uno de ellos sucumbió, el que punteaba.
El que le siguió ocupó su lugar, hasta que reventó.
Eso sucedió tres días después. Con mis nervios destrozados, decidí que cada caballo ocuparía el primer lugar, hasta que cayeran todos. Y cuando cayeran (lo que era previsible), yo seguiría avanzando hasta encontrar ese misterioso punto donde podría entender la catástrofe.
No había ninguna otra alternativa.
Todo había desaparecido. No había otra cosa que un poderoso desierto. Ningún animal en los cielos, sólo cadáveres, osamentas...
Durante una tormenta de arena perdí el resto de mi caravana. Me quedé sólo con mi montura. Resistimos el embate de la arena salada, sin lluvia... sin agua. Se nos terminó cualquier resto de agua y desfallecíamos. Enloquecí... consideré la idea de matar a mi caballo para beber de su sangre... mas no podía, no tenía cómo hacerlo... liberé de riendas y montura al noble animal, moriríamos juntos...
El andar era ya casi imposible. Ensordecido tras la tormenta, todo se hizo silencio repentino.
No escuché nada por un largo trecho.
Mi propio caminar era silencio.
Todo se apagó.
Mi caballo cayó fulminado por un portentoso rayo. Yo perdí el conocimiento ahora que la razón se me escapaba. Moría. Caí cuan largo era, debilitado...
Antes de perder por completo el conocimiento, me alcancé a tocar el brazo porque una sensación me recorrió inesperadamente... era una mordida.



No sé cuanto tiempo pasó. Se hizo de noche.
El silencio se interrumpió por un creciente sonido de tambores y un ritmo repetitivo y energético.
Un poder que sentía provenía del ombligo. En mi agonía me pareció ver una visión: Una mujer bailaba, moviendo su vientre y su rostro cubierto de velos. “Es ella”, pensé cuando el sonido se hizo ensordecedor.
Al principio con rapidez, posteriormente en forma más lenta, con cada latido, el veneno me recorría cada parte de mi cuerpo, adormeciéndola dolorosamente.
Los oídos me dolían.
El ruido de los tambores eran como cascos de caballos en tropel sobre discos de metal.
Yilan” escuché cada vez con mayor claridad la voz de ella. Me gritaba. Entre su voz femenina, unos cantos de hombres me recordaron aquellas noches de ronda en la caravana de nómadas del desierto. La miré. Me levantó en vilo y me llevó al campamento.
Cuando amaneció, me encontraba en un espacio encerrado, sin embargo era bastante oscuro, alto y esférico, como si estuviera tejido. Ella venía y me curaba, me tocaba la frente. La caravana seguía moviéndose. Yo sentía el movimiento.
Tras días nos detuvimos.
En las noches se encendían fogatas. Parecía cada noche motivo de algarabía. Cuando descubrí el motivo, descubrí que estábamos en un oasis.
Yilan --me llamó--: Estamos en el lugar donde el mar se concentra” me dijo la odalisca con felicidad, acariciando mi piel. Desde entonces hemos permanecido aquí. El oasis es hermoso, y es como un cuenco gigantesco, o al menos así me lo parece a mí.
Ella me ha dado el mar de regreso. Este es el horizonte marino que ahora nos pertenece.
Soy feliz en el cesto sintiendo la voz, las caricias de mi odalisca. Baila para mí, se menea como serpiente... estoy hipnotizado en su mirada, en su ombligo.
“¿Volverá el otro mar?” No lo sé. Mi condición de Yilan no me permite preocuparme demasiado por asuntos humanos.












· Yilan es una palabra árabe que significa “Cobra”. La palabra fue seleccionada especialmente para el presente texto por la escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro.

· Fotografía Invitada: "Daniela", Original de Jorge Gallegos, Derechos Reservados de Jorge Gallegos. Copyright. La fotografía apareció en el artículo Colectiva Regional Fotografía desde Zacatecas, por Jaime Robledo, publicada en CuartOscuro, Año XIII, Número 83, abril-mayo 2007, página 36. Utilizada en este blog con propósitos culturales.

· El escrito resuelve un planteamiento de teoría literaria propuesto por Miguel Ángel Meza en el Taller de Narrativa. Cancún, México.

· BLOGGER_PHOTO_ID_5107500505558992434

jueves, septiembre 06, 2007

VOCES







Voces
Daniel Navarro




En la ciudad de México amaneció y los periódicos omitieron un espacio dedicado a la nota de una persona fallecida, con vestimenta pasada de moda, entrado en años, con cabellera larga, completamente cana y dientes perdidos por el tabaco.
Su indumentaria era gastada, según pude apreciar anoche, al topar con él.
Varios libros se encontraban desperdigados en el suelo.
Tomé dos de ellos con rapidez y desaparecí del lugar, avisando anónimo a la policía sobre el cuerpo.
Nervioso, abrí uno de los libros en una cafetería que me dio abrigo. Una narración improbable saltó ante mis ojos:



"Ausencia: Mínima expresión de un aliento que se ha difuminado en este atardecer. Lívido, el astrolabio marca una dirección en el universo que si bien es difícil de alcanzar, no es imposible. El pensamiento se concentra en esa posición por unos momentos, mientras recapacita lo que involucra. La defensa de un imposible se ha tornado en momentos de tensión, en angustia por un mañana que no llegará, por truncados pasos que no se escucharán. El hombre toma con poderío el fusil mientras debajo del casco surgen pensamientos y dudas. Su tanque ha inundado una calle de apellido azteca y los compañeros presienten lo que se acerca también. Disparar, acometer, obedecer. La visión de personas que arremolinadas se apretujan en el suelo se capta cuadriculada desde el helicóptero. La iglesia notifica al alma del beato Aparicio, que se encuentra cubierto de cera, con un rosario entre las manos. Un ataúd de cristal le aísla y la oración que reza rueda apaciblemente en esos momentos del vespertino canto de las aves.

"Los micrófonos enaltecen el valor intrínseco de declarar una oración paralela y la voz alcanza el eco en los edificios que rodean como pilares el rectángulo del patíbulo. Las cabelleras revolotean ideas y se expresan con violencia desde un balcón. Edificio Chihuahua, tercer piso, cambio... Los ojos se reflejan en las piedras de un laberinto sepultado. Cuauhtémoc, el águila que cae, mira desde lo alto de la pirámide. Sus ojos declaman una definición de defensa al saber que la gran ciudad de México cae presa de oráculos siniestros. Templo Mayor. Canales. Texcoco. Moctezuma. Su voz emite un desgarrado ánimo a los guerreros que defenderán sus posiciones.

"El astrolabio define un derrotero cuya línea es definida por el pasado y se encuentra con las incoherencias de un presente infinito y decadente. Las armas marchan empujando un futuro nihilista, acaso pintado por la ambición, pero más claramente por el hastío de una lucha ganada de antemano. Fusiles. Pólvora. Huellas en el cemento.

"El átlatl defiende una dirección en el universo que si bien es difícil de alcanzar, no es imposible. Cuauhtémoc grita a su pueblo y entre esos rumbos llenos de mercancías, de techumbres de tianguis, las oraciones de pólvora logran sujetar un designio marcado por la tortura. El soldado mantiene la posición, todavía no escucha la orden que se desprenderá desde lo alto, como una bengala verde, que significará ataque: no rendición: castigo: sangre.

"El hombre que se observa desde el aire sobrevuela un tumulto oceánico hirviendo en demandas. Lamentos que sofocan angustias colectivas. Algunos tienen intenciones de cambio, otros de permanencia; esperanzas socavadas en las esquinas de la desesperanza. Las mujeres mantienen la altivez que otorga la certidumbre. Rodeada la Plaza por las sirenas, los soldados avanzan, los guerreros defienden. Cuauhtémoc es apresado.Lo llevan para que explique sus tácticas, para que localice tesoros inexistentes, apertrechados bajo las llamas de esa tarde de octubre.

"La bengala desciende del cielo: es el águila que cae. Cuauhtémoc fallece. Se perpetúa la mentira de que ha sido trasladado a otros sitios. Nunca sobrevivió al encenderse el cuerpo desde sus pies como copal en incensario de muertos, la orden ocupa su lugar en la historia. Las primeras balas surcan los horizontes y el mar tumultuoso de carne, ropa y gritos desgarradores desvanecen las esperanzas. Los pasos de los atacados se convierten en erráticos y sin salida. Cuerpos caen, ocupan la retícula del tablero de ajedrez de la Plaza de las Tres Culturas. La sangre y los corazones en los escaques.

"Los pensamientos debajo del casco mantienen una duda enorme... Disparar? Quién dispara? De dónde surgen estas balas? No son de mi fusil... y se escabulle para observar mejor. Las personas que ocupaban el tercer piso del edificio son rodeadas y algunos son trasladados con horizontes desconocidos. Los tlatelolcas caen defendiendo su pasado lleno de gloria, convertido en un barrio de comerciantes donde se encontraban todos los productos de maravilla, del agua traídos desde el lejano mar, hasta los vegetales y conchas.

"La bengala tocó el piso y la mar se convirtió en espejo sobre las piedras. La carrera de la Coyolxahuqui cubrió el espíritu de la luna temprana de aquella tarde de dos de octubre. Se deshizo en un eclipse doloroso cuando cayó el último emperador azteca y ahora miraba entre sus manos de piedra el caer de las semillas de maíz a un páramo lóbrego, desértico, lleno de desesperanza. Su piedra circular rodó por la escalera del cielo, cubriendo los escalones de las estrellas. La noche fue de una negrura roja que abarcó las cuatro esquinas del universo.

"Los cuerpos fueron acarreados, cremados, desaparecidos, en una secuencia que tiñó los ríos y el horizonte. Mientras las balas recorrían en estampida su trayecto, Aparicio continuaba su oración sin tiempo. Algo le hizo despertar. Miró a su alrededor con sus ojos de beato. Las personas estaban tiradas en el suelo, en charcos de espejos y plumas desperdigadas. Interrumpió su oración. Quiso incorporarse y salir del ataúd de cristal donde se hallaba contenido. Empujó la tapa pero no cedió. Tras intentarlo varias veces, su vista se nubló al sentir una bala que le atravesaba la frente, derritiendo la cera y cubriendo sus ojos.

"Las miradas desesperadas de algunos que escapaban encontraron refugio en los cubos de los elevadores, de los basureros, asilo entre algunas familias que soportaron el cateo inmediatamente posterior. El asalto a Tlatelolco, en una de sus noches, casi llegaba a su fin. El asedio terminaba al emigrar las preguntas enredadas bajo los cascos de los soldados. Una luna reflejaba los charcos ensangrentados de batallas libradas entre esos laberintos de soledad. El alma del beato Aparicio escapó enloquecida al ser abierto su ataúd días después para permitir que los artesanos recuperaran la faz y su compostura de austero.”





En unas hojas separadas, encontré notas a mano, probablemente fueron escritas por al fallecido. Leí:

"Camino ahora, esta noche, en la Plaza de las Tres Culturas, las voces se arremolinan en un diálogo que nadie más percibe. Seres que encontraron nacimiento y fin dentro de estas piedras. La luna de Coyolhauqui se quiebra en pedazos cambiando de color en cada octubre. Una leve llovizna hace brillar el suelo por donde camino, solitario. Pocos recorren en estos momentos la Plaza. Por ahí algunos enamorados se escabullen para contarse amores en secreto. Mis pasos se diluyen entre la noche y dejo atrás el escenario donde las voces surgen sin orden, en concierto tumultuoso, sentimientos poderosos que surgen desde las profundidades y cuya expresión es mayor que mi propio designio.


Las notas concluían con el siguiente párrafo:

"Corre... una voz me ordena mientras logro atisbar unas sombras que se deslizan por entre las calles oscuras. Mi respiración se agota por las calles cercanas, edificios que me pierden la huella por entre los corredores. Corro, me deslizo entre los automóviles estacionados. Una bala me encuentra el paso. Quizás estaba destinada para mí desde aquel dos de octubre, cuando las ideas se me arremolinaban debajo del casco. La miro recorrer el universo desde algún punto no definido aunque no es imposible de alcanzar. Ausencia, mínima expresión... me llega y pierdo la conciencia."




Abrí el otro libro. No contenía título ni encontré nada impreso.
Confundido, abandoné la cafetería todavía con los libros y las anotaciones.
Llegué a casa y los guardé en un estante, por si acaso alguien preguntaba por esos materiales.
Pero hoy en el periódico no apareció nada del tema.
No estoy seguro, pero seguiré esperando mientras intento entender el significado de esos libros.









· Arte gráfico: "No se olvida". Copyright Danielle, Derechos Reservados 2002. Utilizado con permiso únicamente para propósitos culturales. Fotografía superior: "Tlatelolco septembrino", inferior: "Beato Sebastián de Aparicio", figura de cera dentro de un ataúd. Iglesia de Santiago Tlatelolco, ciudad de México. En la actualidad, el cuerpo momificado del Beato se encuentra en el Templo de San Francisco - Sepulcro de San Sebastián, ciudad de Puebla. Fotografías de Daniel Navarro.

· Tlatelolco, Cd. de México.

lunes, septiembre 03, 2007

NUEVO MUNDO

Nuevo Mundo
Daniel Navarro



I
--Buenos días. ¿Ahí estás? Disculpa, como ves duermo desnudo. Soy indio. Un indio alto, por cierto. De la cama me sobresalen los tobillos y pies. Me place recibir la brisa cubierto apenas por una sábana. ¿Está Lucía? ¿La viste? Seguramente no. ¿Quieres leer el periódico? Ahí está Der Spiegel, también El País si quieres algo en español.
Efectivamente ella se ha ido y me levanto tarde, buscando aquellos strudel que con toda certeza me habrá preparado antes de asistir a su cita semanal. Es domingo y hace frío. Me levanto y miro la ciudad por la ventana diminuta que es el único contacto con la vida real de que disponemos. ¿Ponte algo de música, no?
Miro encima de la hornilla. Abro el frigidaire diminuto. Un poco de espumosa ale acompañará mi desayuno... Mas no veo los panecillos... “Oh, Dios, esta mujer me sacará canas”, pienso. Suena el teléfono. Contesto, veo un mensaje cargado. Lo escucho...
--¡Me lleva la puta madre!
Investigo la dirección del número, bajo corriendo. Me monto en la bicicleta. Recorro calles...
La veo. Ella sale, cierra una puerta. La miro caminar. Él la toma de la cintura. Ella le sonríe. Se dirigen hacia donde decido no seguirla.
Mi bicicleta se inclina, buscando refugio en la pared más cercana. Me alejo con pasos de fantasma.
“Oh, flaca, ¿qué sucede?” pienso sin creer lo que miro. La mano de la pareja le recorre las nalgas a mi mujer mientras ardo en furia...
Al regresar a nuestro nido de amor.
--¡Puta madre!, ¡Pinche española de mierda!, ¡Me lleva la chingada!
--
--¿Que lo piense? Ni madres, nada. ¿Qué hubieras hecho tú? Ja!, no me vengas con mamadas, mejor cállate el hocico... —te grito exasperado--. Mejor me llevo mis putos trapos y tomo un taxi...
--
Después del reiterado silencio de mi interlocutor.
--Oh, disculpa los ex abruptos... ¿te referías a ese anuncio? Sí, lo vi. El anuncio reza: Frankfurt Am Mein...
--
Danke... --le expreso al rubicundo taxista en idioma alemán, y me enfilo hacia la entrada.



II
Desciendo del avión. Aeropuerto Internacional de la ciudad de México. Dos filas en migración: los extranjeros y los nativos indígenas como yo que arriban a las costas del Nuevo Mundo. Igualito que con Cristóbal Colón. Mi piel morena y mis cabellos erguidos no dejan lugar a dudas: soy descendiente de Moctezuma. El oficial me intuye el penacho y nos entendemos con la mirada: “Pásale wey” me dice.
En la otra fila, me acerco a la salida. Alguien me toca del hombro:
--¿Können Sie Spanischen sprechen? --me dice una mujer que efectivamente había viajado conmigo todo el trayecto.
Para no hacer el cuento largo, con lo poco que le entendía y lo mucho que le inventaba, pues me convertí en su intérprete.
La llevé a conocer las tres maravillas naturales de México: los tacos, las quesadillas y el tequila en cualquier esquina. Todo lo demás era gris en la ciudad llena de nostalgia. Irónicamente ella veía todo de colores. A mí todo me parecía tan insignificante. A lo mejor era por mi española que me había cambiado...”¡cómo arde!”
Fuimos a Xochimilco y parecía vikinga la mujer. Caminando veía Berlín en la torre Latinoamericana y se entretuvo alimentando palomas en la Alameda. Pusimos una ofrenda simbólica en la estatua del Barón Von Humboldt. Curiosamente tomó un mapa y quiso recorrer calles con nombres alemanes: Hegel y Schiller en Polanco, Beethoven en la ex-Hipódromo de Peralvillo...¿Sigues conmigo, pinche idolito de mierda?
Después de Garibaldi y los mariachis, descubrí que la grandota tenía buena pierna pero para nada comparada con mi baturra. Tenía lindos ojos, pero extrañaba siempre la mirada de la campiña española. Los labios germanos nunca igualaron el sabor del flamenco arabesco. Jamás.



III
La germana quiso recorrer el país y seguirse por Guatemala y Centroamérica hasta alcanzar el Machu Pichu. Decliné la aventura. La alemana se sorprendió antes de irse, cuando le dije que ese territorio era español. Fue la última vez que la vi. Pero es verdad. América ya había sido conquistada por mi mujer durante sus recorridos antes de conocerme. Lucía era una vagabunda y cuando vino a México era ya en sí su viaje de regreso. Había quedado prendada de un venezolano, de un argentino, cubano, peruano, chileno, uruguayo... en fin, de veras que recorrió territorio besando y amando aquel continente lleno de patrias que cuando niña creyó en el otro lado del mundo. Descubrió que no lo es tanto. Eso me dijo entre besos. Yo la amé inmediatamente.
La miré una vez en la universidad y a poco charlamos.
Su mirada chispeante, su acento salivoso, sus labios de eterno rojo, me cautivaron. Entendí aquella letra que decía “La prefiero compartida antes que perder su vida...” Doloroso pero cierto.
Extraño aquella ocasión cuando Lucía y yo tomamos un camión hasta su hotel y entonces descubrí la Madre Patria entre gemidos. Conquisté Puerto de Palos, San Lúcar de Barrameda, tomé por asalto a Madrid, navegué la Pinta, la Niña y la Santa María. Hicimos los viajes de ida y vuelta, y uno más, de regreso a Europa. Conmigo.
Viajera incansable, hicimos la excursión de México a Berlín y terminamos en una buhardilla alemana.
Yo, su acompañante azteca, ¿para qué me quería? Incontestable pregunta. ¿Yo? Tú lo sabes perfectamente bien: la amo como nunca he amado. Me dio un corazón que hizo latir al mío.



IV
Sigo en esta esquina, Centro Histórico. Me dedico a leer poesía y cada día me visto de danzante, porque azteca de antemano ya lo soy. Bailo, bailo sin parar, hablo con mis espíritus, contigo. Invoco a mis dioses. Me duele el corazón. Mis ojos siguen buscando los suyos. Me clavó una flecha española una mujer de labios carnosos. Me envenenó el alma con la pócima del desencanto y la frustración. Mis tobillos llenos de cascabeles siguen danzando junto con los otros concheros. Mi maraca diminuta marca el ritmo. Te invoco, Lucía, entre humo de incienso, entre alientos a sacrificio. Entre caras ocultas entre el barro. Bailo sin parar, en círculos.
¿Regresará algún día? Me pregunto incansable.
Mis pisadas se estrellan en cada golpe del tambor afuera del Templo Mayor. Invoco a los santos españoles, hablo las pocas palabras en náhuatl que recuerdo.



V

No muchos eclipses, mareas y amaneceres transcurrieron. La estatua de piedra proyecta una sombra sobre la tarde en la ciudad de México. Los ojos de piedra miran los danzantes. Sostiene los braserillos que desprenden un fragante aroma.
Dos personas se acercan y la tocan. Él acaricia la piedra y musita: “Gracias”. La piedra vibra al verlos juntos.
Él vuelve a creer en su mujer. La llama:
--Lucía, acércate flaca, ven a ver a la estatua...
Ella se acerca, la piedra recibe la mirada curiosa y aceitunada de una mujer que entiende palabras de café y cocoteros, carabelas y sangre.
--¿A poco no está bella? –pregunta él. Lucía se desconcierta un poco al ver que su novio habla con una piedra.
--“No tienes remedio, cabrón!”, “¡Qué poca madre! “Regrésame a mi mujer” le responde divertido el pétreo espíritu encerrado en la figura prehispánica, en son de burla y broma.
A poco se alejan.
Él –entre risas de felicidad- voltea a ver a la estatua mientras le acaricia las nalgas a la española que había regresado a conquistar América. Una vez más.













· Cancún, México.

GLOBALIZACION Y ESCRITORES




Globalización y Escritores
Daniel Navarro





Los procesos de globalización sorprenden en la historia lineal de los pueblos porque introducen características ajenas, en un tiempo breve, y con la tendencia expresa de lograr una respuesta más o menos homogénea y favorable a quien induce dichos procesos.
Si bien el tema es complejo, podríamos aseverar, analizando los registros históricos, que los grandes procesos de globalización han estado acompañados de una ideología religiosa en la mano izquierda, mientras que con la mano derecha se ha utilizado la violencia en forma recurrente.
Detrás de ambas, una intención económica claramente discernible: La voracidad del poder en sus múltiples manifestaciones.


Uno de los procesos más exitosos en el tema que nos ocupa, es el cristianismo. Sorprendente conquista de casi media humanidad en nombre de Dios, la aplicación de una perseverante estrategia que germinó y se ha desarrollado durante dos mil años, pero no es el único ejemplo.
En el caso del islamismo, la situación no es diferente y lo mismo podríamos aseverar de otras religiones mezcladas con el golpe del mazo. Pudiera establecerse que las religiones han servido a los procesos con un apenas disfraz de conversión en la espiritualidad.


Hay caídos en ambos bandos durante la batalla. Por el lado de los poderosos, los mártires. Por el lado de los grupos sociales sobre los cuales se ejerce esta política de dominación: el anonimato. En el caso de los primeros podemos decir que son aquellos que logran un perfil de alta relevancia y cuya caída significa un heroísmo digno de encomio, de alabanza, de reflejo en las páginas de la historia.


En estos procesos a través precisamente de la historia, donde la conquista ocupa un lugar preponderante en la homogeneización social bajo presuntos mandatos de origen divino, llegamos a una actualidad pletórica de mecanismos artificiales para mantener y desarrollar una sociedad profundamente consumista, con una política de globalización moderna que mantiene en la mano derecha la violencia mientras que en la mano izquierda observamos un cambio de profunda relevancia: la ausencia de la divinidad en forma expresa. Como sucedáneo tenemos con frecuencia otros semidioses, incluyendo a ideologías ya no religiosas sino políticas.


Viva la “democracia” en cuyo nombre se perpetran ahora las máximas atrocidades. Con la espada de Damocles sobre aquellos pueblos que han de ser colonizados, el pendón de la democracia en alto justifica invasiones, saqueos. Si antes fue el incendio de Sodoma y Gomorra, el mensaje actual es claro y repite el simbolismo: Aquellos pueblos que se atrevan a la desobediencia, y que miren hacia atrás quedarán convertidos en estatuas de sal.


Habrá filósofos que justifiquen invasiones, bloqueos, acosos. Florecerá una pléyade de pensadores en el campo de las ciencias, de las artes, de la teoría económica y del medio ambiente: la relación con la naturaleza y los seres humanos se conforma ahora de acuerdo con los procesos de globalización planetaria.


Han transcurrido tres mil años de sociedad y me pregunto si toda esta evolución ya alcanzó a su cúspide con el concepto de la democracia.
¿Toda esta historia para esto?
¿Nuestras formas de organización social al interior de nuestros pueblos es ejemplar?
¿Somos más libres, más justos, más prósperos, bajo la democracia?


Si en los efectos globalizadores de la antigüedad éramos un alma pegada a la plata, a los bosques, a las especias, ahora somos un voto político, o el poder adquisitivo individual para consumir productos producidos en forma homogénea, igual, monótonamente actualizada.


Recientemente en Cancún se dio cita la V Cumbre Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, el mundo alineado –como si fueran partículas de fierro- alrededor de los campos magnéticos de los conceptos mercantiles. Parece que estamos en un callejón sin salida.


A pesar de la diversidad de culturas, la tendencia a la globalización tiene una dirección y un sentido. Las demás manifestaciones de nuestros pueblos necesariamente serán secundarias y en todo caso, servirán para adornar algunas excentricidades. No obstante, no somos nosotros ni los que decidimos, ni los beneficiarios.


Recuerdo a un escritor del mundo desarrollado, Hamish McRae, experto en el análisis de la economía mundial, quien sostiene la paradójica tesis de que las principales fuerzas de la economía norteamericana no son los recursos naturales ni las economías de escala del país, sino su cultura y su intelecto.
Pero McRae –sostiene Rafael Tovar y de Teresa, en alguna refutación publicada a mediados de la década pasada—no se refiere a los grandes novelistas, dramaturgos, poetas, pensadores o arquitectos de Estados Unidos, sino al dominio cultural que ejerce mediante el cine, la televisión, el video, los libros, los periódicos y la música popular por medio del desarrollo de la tecnología.
También recuerdo aquella otra editora de una revista femenina de actualidad en los Estados Unidos que se preguntaba si existe algo digno de leerse en el idioma español.


Ante los procesos planetarios así planteados, la disciplina de los vencidos es un elemento fundamental para lograr un esquema filosófico que permita mantener la individualidad de los pueblos: mantener el diálogo intelectual entre artistas, representantes de las culturas, y mantener el nexo con los habitantes, nutriéndose de las características únicas de la sociedad.


Uno de los representantes de mayor preponderancia, elemento clave en el mantenimiento de la individualidad de las sociedades humanas, es el de los escritores, y de la intelectualidad en general debido a su enorme poder de capturar la posteridad a través del lenguaje escrito. Alcanzar una alianza en el presente para lograr un futuro más justo. Anticipar las estrategias. Impedir la pérdida de dignidad como un fenómeno generalizado a nivel mundial, cosa que vemos en nuestras propias sociedades, con nuestros propios pueblos, con nuestros propios gobernantes.


Preveo una ardua labor dentro del sector de las letras y de la intelectualidad en general, para lograr plasmar futuros anticipados, escenarios y el alma de las sociedades que se resisten a formar parte de las fórmulas implacables del despojo que se avecina. La intelectualidad dentro de un proceso creativo que puede ser luz en medio de la oscuridad.









· Presentado ante el V ENCUENTRO DE ESCRITORES DEL CARIBE, Playa del Carmen, México. 11 octubre de 2003.

· Ilustración: "Alegoría", (tinta, pincel y papel de algodón) original de Danielle. 2003. Copyright. Derechos reservados.

LA CASTA

La Casta
Daniel Navarro
Fotografía Invitada: Lily Díaz




Tristísima estrella
adorna los abismos de la noche;
enmudece de espanto en casa de la tristeza.
Pavorosa trompeta suena sordamente
en el vestíbulo de la casa de los nobles.
Los muertos no comprenden, los vivos comprenderán.

Toda luna, todo año, todo día, todo viento
camina y pasa también,
así toda sangre llega al lugar de su quietud,
como llega a su trono y poder...

Cantando tocaré
el armonioso, sonoro instrumento.
Vosotros, fascinados por las flores,
danzad y alabad al Dios omnipotente.
Gocemos de esta breve dicha,
porque la vida es sólo un momento fugaz.







Un hombre acarreaba chivos.
Su camisa amarillenta probablemente ocultaba colores de siglos, sangre deslavada por los años.
Un botón faltaba, el tercero contando de arriba hacia abajo.
Con sus casi veinte chivos, cada mañana buscaba el cielo donde guarecerse de lo que lo perseguía y no lo dejaba en paz.
Lo miré y me acerqué con el propósito de tomarle una fotografía. Aceptó y tras cumplir con mi interés, empezamos a charlar brevemente.
Me contó de sus chivos y su vida diaria. Repentinamente algo vio en mi mano y me dijo:

--¿Has estado en los pantanos del atrio, verdad? ¡Los has visto! –me sorprendió con su pregunta y por acto reflejo me miré el dorso y la palma de mis manos. No encontré nada extraño.

--Disculpe, no le entendí –le contesté. Por un momento me entró la inquietud por saber si el señor estaba perturbado de sus facultades mentales. Lo miré con discreción y él hizo un movimiento con su bastón para reagrupar el hato de chivos.

--Has visitado sitios donde la sangre de la gente era casi de un ladrillo de alto. Los mataron cuando rodearon todo con sus fusiles. Todos los que estuvieron dentro de la iglesia, cayeron. No había razón para esa masacre. Tus manos están manchadas. Has visitado uno de esos lugares donde nos acorralaron. Hubo niños acuchillados, yo mismo los vi.


Estábamos conversando afuera de la terminal de trenes de un pueblo en la lejana y olvidada Yucatán, ajena a la moderna ciudad de Mérida.
El cielo limpio demarcaba unas breves nubes en una esquina.
El edificio estaba en ruinas y era una muestra del desinterés y abandono de los ferrocarriles por parte del gobierno mexicano.
Una edificación de madera, con el paso de un huracán, se había casi completamente vencido. Un listón impedía el acceso a las personas ante el peligro de que todo se viniera abajo.

--Ya no hay trenes. No se escuchan ya los sonidos del silbato de la locomotora. Poco a poco mi labor se hace más llevadera. ¡Quisiera que ya acabara! –me dijo. Posteriormente me pidió que le contara en dónde había estado.

--Kikil –le respondí.

--Un ladrillo de alto, así fue la cantidad de sangre derramada --me dijo--. En todos lados. Se refugiaron en las grandes iglesias. No pude llegar a tiempo para salvarlos. Como niños acorralados dentro del atrio. Todos cayeron. Lo único que se escapó fue el tumbar de la sangre inocente. Las almas volaron y en respuesta, esas iglesias han quedado vacías. Nadie va a mirar lo que todavía se escucha en las gruesas paredes de piedra y cal.


Escuché esa narración con detenimiento.
Poco conocimiento tenía de lo que había sucedido, aunque confieso que al recorrer pueblos en Yucatán me llamó la atención la gran cantidad de monumentales edificaciones hoy abandonadas.
Las paredes de casi un metro de espesor, cuarteadas. Los cielos de las naves precipitadas, las campanas corroídas, la pintura inexistente.





Al llegar a la ciudad de Oaxaca, donde vivo, mandé revelar mis fotografías.
Lo que encontré en el material me electrizó.
El hombre de los chivos apareció envuelto en una sábana manchada de sangre. Parecía ser un diácono acomodando cuerpos en el piso de una iglesia.
En un momento, distinguí a una persona que lo miraba con desesperación.
La fotografía parecía reproducir la escena en movimiento.
Le jaló la sotana y le arrancó un botón, quizás sería el tercero contando de arriba a abajo.
El agonizante expiró y en su caída aparecieron multitud de rostros exhumados.


Impactado por la visión, solté la imagen cuando pensé que ese chivero que había conocido era el mismo diácono que había llegado tarde a una cita. Los mayas fueron exterminados sin misericordia en el pasado y ahora el pastor me traía una explicación posible. “Yo no soy antropólogo ni historiador, solo un aficionado a la fotografía” eran mis reflexiones.

Inspeccioné el material y todavía no terminaron mis sorpresas porque pude ver a la estación de trenes sin la inclinación de sus paredes, así como un brillo aceitoso en los rieles, que contrastaba con el óxido que cubría el metal durante mi visita.
Ahora estoy recopilando las historias de aquella Guerra de Castas.
Creo que no es casualidad que mi pasión fotográfica me hubiera acercado a un testigo cuya labor es acarrear chivos. Su afán de pastor había sobrevivido los siglos y cuando me habló, algo debe haber motivado. Seguí buscando en los negativos fotográficos.

Una imagen más me sorprendió. Fue la última. Para esa toma, había seleccionado un primer plano con un chivo que pastoreaba y el pastor dentro del rebaño. La iglesia abandonada se distinguía en el último plano. El rostro del chivero se había modificado en grado superlativo. Ahora parecía mi propio retrato. Pasó un largo rato. Cuando volví a ver mi imagen, ya la sorpresa no me era inmediata. De alguna forma supe que había visto esa secuencia. La lente de la fotografía había descubierto sucesos debajo del telón de las piedras.

El descubrimiento de Yucatán me hizo concentrar mi oficio y ahora me dedico a ser fotógrafo de edificios religiosos. Curiosamente, el balar de los chivos me acompaña en el subconsciente desde aquella vez que visité la ruta de las iglesias abandonadas.



En aquellos lugares las almas erráticas provocaron un abandono total que todavía hasta hoy confunde la mirada. Las iglesias guardan una dolorosa penitencia que atestigua la caída sin fin de los techos, el derrumbe de las paredes, la hendidura de los frontispicios y la herrumbre de las campanas. El correr del tiempo quizás detenga el manar de la sangre inocente hacia los cenotes.
Cuando ese entonces llegue, no creo que exista ninguna piedra de éstas que están presentes en mis fotografías.

Toda luna, todo año, todo día, todo viento
camina y pasa también.

Quizás entonces, el pastor y su rebaño, descansen en paz.













· El poema maya ha sido traducido al español por Antonio Médiz Bolio.

· Fotografías Copyright 2005 Lily Díaz (lilidiaz1@hotmail.com). Material fotográfico original utilizado con permiso para propósitos culturales en el presente blog.

· Fotoexpedición a una hacienda henequenera abandonada de la Península de Yucatán, organizada por Jesús Montalvo, Cancún, México.

· Modelos: Guillermo Talavera.


· Fotografía "La Casta": BLOGGER_PHOTO_ID_5106603432919746050
· Fotografía "Entes": BLOGGER_PHOTO_ID_5106602926113605106
· Fotografía "Chak Mool": BLOGGER_PHOTO_ID_5106601375630411218
· Fotografía "Kikil": BLOGGER_PHOTO_ID_5106599984061007298
· Fotografía "Encuentro": BLOGGER_PHOTO_ID_5106602350587987426

Kikil, México.

EL LIBRO AZUL

El libro azul
Daniel Navarro



Cuando él no me mira, busco mi reflejo
en la pared. Y sólo veo
un clavo del que han descolgado un cuadro.

Wislawa Szymborska. Poesía no completa




Una cabaña de ladrillo y madera almacenaba libros roídos, periódicos añejos del tiempo de la guerra, en estantes abarrotados de polilla a tal grado que quizás por eso la sonrisa de ella ahuecó mi corazón desde el instante mismo que la vi.
Ahí estaba en esa mañana fría de diciembre, yo junto a ella. Su vestido largo, floreado, era tan hermoso como sus manos de textura tan delicada.
Su pañoleta le cubría el cabello cano y sus ojos de un gris pardo me miraban con aquella mezcla de inocencia y fortaleza que tanto me entusiasmó aquella ocasión cuando joven la miré por primera vez.
Me sirvió un café y me senté en apenas un espacio dedicado a las personas que la visitan para pedirle sus servicios como traductora.
Casi no hablamos, siempre fuimos de pocas palabras.
La taza calentó mis manos que estaban tan frías por el clima o por la emoción de verla otra vez.

Nunca se casó y en una esquina de la casa se veían sus fotos, muchas de ellas en blanco y negro.
Su antigua Europa vivía tiempos nuevos, pero la magia de aquellas fotos mantenía erguido el espíritu de un valor por encima de lo terrenal.
No eran muchas las personas que la visitarían en sábado porque las traducciones de documentos oficiales las realizaba para la oficina consular de Polonia, así que era nuestra esa mañana.
Un libro azul adornaba la redonda mesita cubierta por un tejido de lana negro, que asemejaba un poco aquellos abrigos que nos cubrieron en tiempos nevados.
Ella miraba acumularse el frío en mis manos y me recomendaba que me pusiera los guantes de lana y la bufanda que en ese momento me traía de algún closet lleno de libros, recortes y pinturas dobladas cuidadosamente.
Al ponerme los guantes, en una esquina vi la máquina de escribir que antiguamente utilizaba para redactar aquellas cartas que por tanto tiempo fueron mi compañía ante la soledad.

Cuando estuve de agregado cultural en la embajada de México visité su Cracovia de tiempos inmemoriales.
Poco tiempo tuvimos para que el amor floreara en los campos nevados, pero a la luz en diagonal de aquel pálido sol, mi rostro sintió el calor de sus suspiros.
Poco tiempo para poder aprender el idioma de las eles partidas, de las zetas acompañadas de las ces y las dobleús. Acompañado por la tibieza nívea de sus labios, nuestros besos acompañaron a las tejas de los edificios, pintando de líquenes la corteza de los árboles.


Regresé a México hacia el fin de ese invierno y pocos años después, ella me siguió a estas tierras de volcanes y cactos.
Sin embargo, el destino encontró maneras de armar laberintos que ponen los amores a prueba.
Cada uno de los que aman lo saben y muchos de ellos lo sufren.
Mi vida fue extinguiendo una fe, una disciplina amorosa y se hundió en la inutilidad de los suelos sin arar.
Me creí mayor al amor de la mujer eslava, y una vez entre el sol de mi amanecer juvenil perdí una brújula que ella jamás abandonó.
Por eso me disolví una mañana de junio y nunca más supe de ella.
Mis besos recorrieron muchas distancias particularmente cuando aquellas actividades diplomáticas me abrieron las puertas de muchos otros paisajes, parajes indeterminados y sin fin. Irónicamente, aquella mujer de ojos gris pardo, significaba una patria distante, una mujer de lengua impronunciable perdida entre las minas de plata.


Con años vividos en la madurez de mi vida, los cartílagos endurecidos y recorridos los confines de un universo que descubrí vacío, la amargura llenó mis recovecos.
Así fue cuando un día, viendo los árboles llenos de líquenes, recogiendo del suelo algunos conos de pino entre la mirada de algunas ardillas rojizas, recordé a Miroslava.
Sus cartas escritas que alguna vez poblaron mi vida de joven, me dieron calor en el corazón.
Supe encontrarla y quise frecuentarla una vez más.
Le abrí la verdad de mi vida. Me confió de los vericuetos entre la mar y la sal de la tierra.
Cada vez que voy a verla, me lee los poemas de una autora de apellido impronunciable.
Su libro azul se abre cuando llego y me guarda ese espacio dedicado a las personas que buscan sus palabras. En esa casa poblada de revistas ilustradas con colores amorosos, imágenes de un pasado juvenil donde un beso pobló una historia, me recuerda como su primero y único amor.
Así me lo expresan sus ojos, su sonrisa, mientras me extiende una bufanda para que no me de frío.


Quizás dos tazas de café y una rebanada de pan negro que huele tan profundo como el calor que me inunda el corazón cuando la escucho leer poemas en su idioma, traduciendo palabra por palabra.
Al terminar nuestra cita de este otoñal amor, me despide desde una ventana en su cabaña de ladrillo rojo y madera, justo cuando los árboles de pino se encienden en resina fragante.
Sus poemas me inundan los días, me electriza aquel beso que nunca más regresó a mi boca.


Nunca más sucedió. Pero el recuerdo mantiene viva su juventud y su aliento lo siento cerca del mío al respirar a través de la bufanda con su perfume.

Cierro el portón de madera al cruzar el patio. Mis lentos pasos enredados entre sus versos proyectan una sombra que esquivan los apurados transeúntes de esta ciudad que nunca envejece.










· El libro azul se refiere a Poesía No Completa de Wislawa Szymborska.

Xalapa, Veracruz.

CUARENTA Y DOS PASOS

Cuarenta y dos pasos
Daniel Navarro




Su primer día transcurría bien en su nuevo empleo.
Entonces ella entró.
La mujer buscaba un ejemplar del Paralelo Cuarenta y Dos, y así se lo hizo saber al empleado de la librería donde se vendían viejas litografías, papeles marginados, libros usados con tapas lustrosas y cantos dorados.
Cuando el contrahecho empleado le preguntó si había leído también a Dalton Trumbo, ella no contestó porque significaba que ese hombre poseía un don especial: el de la asociación en el tiempo, y además compartía su afición por los escritores rebeldes en tiempos convulsos.

--Quiero saber si hay alguna influencia de John Dos Passos sobre el desarrollo de la mexicanidad como concepto, ¿recuerdas alguna otra obra sobre este tema? –preguntó ella, sin dejar de dirigir sus ojos hacia los altos estantes donde se concentraban historias y vivencias arropadas en papel conservado tras el paso de los siglos.
Con sus manos descubrió providencialmente una escalera y sin preguntar al empleado, la tomó para escalar dos o tres peldaños e inspeccionar más de cerca los títulos de ese edificio de paredes cubiertas de letras encuadernadas.

Una vez ahí, siguió escalando un peldaño más, y otro, hasta completar seis ante la mirada del muchacho de camisa azul y memoria fotográfica.
Ante su vista, el cuerpo de la mujer se erguía buscando aquellos libros y pudo admirar sus piernas, sus caderas, intentar adivinar la talla de su ropa interior.
Quizás por ello no pudo advertir cierta torpeza en sus movimientos.

Durante unos minutos ella siguió buscando y cegado por un deseo repentino e irrefrenable, el joven extendió lentamente su brazo con un movimiento destinado a rozar aquella escultura que acechaba las paredes con mirada de microscopio.
De no ser por una súbita decisión de parte de ella, que terminó en un descenso, sus manos hubieran podido sentir el calor de su piel.

--Ruth, así me llamo, ¿y tú? –le sorprendió la franqueza de ella.

--Jacobo –respondió él y asintió con la cabeza cuando la mujer le encargó que revisara con cuidado su bodega para ver si tenían aquellos libros que le interesaban --. Mañana ven y te digo.

Ella lo miró fijamente, mostrando la belleza de su rostro, los labios que cubrían su sonrisa y su cabello recogido. Muy delicada, hermosa, con matices de distancia en la mirada.

--Estaré aquí al mediodía –dijo, y se retiró.

Jacobo la siguió con la mirada y sus ojos se contrajeron al chocar repentinamente con la mirada de Artemio, quien exclamó al ver al muchacho tan embelesado con aquella presencia femenina:

-- ¡Ah!, qué las hilachas, ya me saliste enamorado, Jacobo –dijo, y acomodó los libros que se encontraban apilados en la parte central del pasillo--: ¡Y luego de quién! A medida que pasen los días, descubrirás que no regresará jamás.

--Pero... ¿cómo lo sabe? ¿La conoce?

--La conozco –suspendió momentáneamente su actividad--. Es la mujer de un poeta que se extravió hace años; aunque a mí me da la impresión de que otra cosa fue lo que sucedió. La mujer está convencida que lo encontrará perdido en alguna librería de ejemplares usados y antiguos, que es donde ella y su amoroso compañero acostumbraban pasar las tardes. Siempre camina la misma rutina. La misma senda.



Al siguiente día, Jacobo estaba listo esperando a Ruth con el volumen que buscaba.
Había acomodado también una flor.
No se presentó durante la mañana y casi cerraban el establecimiento cuando ella llegó.
Providencialmente no estaba Artemio. Jacobo le entregó el libro y nerviosamente sostuvo la rosa, casi evitando la mirada.
Ruth tomó el libro y miró con ternura el obsequio, dando tímidamente las gracias.

--¿Sabes? Tuve un novio que escribía poemas --le confesó mientras tomaba asiento en uno de esos banquitos incómodos--, y antes lo buscaba como autómata. Ahora sigo recorriendo las librerías de antiguos y usados, pero no con la intensidad que tenía. Poco a poco me han abandonado tanto la fuerza como la certidumbre. Para serte franca, no sé lo que espero encontrar, quizás esta flor que tú me das...

--Yo no soy poeta, pero si quieres te leo uno de mis favoritos –le propuso Jacobo--, pero antes déjame cerrar la tienda, parece que mi patrón no regresará. A veces sale de viaje para ver sus asuntos en Orizaba. Espero que se haya ido.


La puerta se cerró durante tres días. Setenta y dos horas fluyeron entre sombras, versos y esporádicas salidas para abastecerse de vino tinto y algo para comer. Hicieron el amor entre letras, y los libros apilados fueron lo suficientemente mullidos para los dos. Al tercer día, ella le suplicó:

--No me dejes.

--No te vayas.

--Léeme un poema cada día y seré tuya para siempre. Conquista un nuevo mundo con tus ojos, aprésame un sueño entre tus dedos y después convierte las flores en camino.

Besando sus manos, Jacobo le prometió un paraíso donde no cabía la duda ni la incertidumbre. Encendió con su voz la llama de ella y casi la introdujo en una pajarera dorada y luminosa. Sin embargo, en el último momento, Ruth le preguntó:

--¿Darías la vida por mí... Fueren las condiciones que fueren?

--¿A qué te refieres? –preguntó con extrañeza.

--Soy ciega. Bueno, casi ciega... --Respondió. Todo adquirió un sentimiento de extrañeza, de sorpresa... de ansiedad...

--No es posible... --dijo Jacobo, mirando directamente a Ruth. Inesperadamente pudo ver que efectivamente sus ojos tenían una pálida mancha que cruzaba de un lado a otro.

--No nací así: sufrí un accidente hace diez años. Por eso recorro todos los días la misma senda. Me intimida mucho que se den cuenta de mis limitaciones y por eso lo oculto. Distingo un poco de luz, demasiado poca, todo está finalmente en penumbra. Salgo de esta librería, camino treinta y cinco pasos a la izquierda y llego a la esquina donde hay una luminaria. Quince pasos más y entro a la cafetería de los chinos donde meriendo. Los ciegos todo lo medimos con pasos.

--Entonces... no sabes cómo soy... –e inició una larga lista de atributos de fealdad, pero ella lo interrumpió:

--Sé como eres en lo íntimo. Eso es lo que deseo. El exterior es tan solo una fachada que la circunstancia proporciona. Te he confesado la verdad... ahora dime: ¿me amarás?





La ciudad de México es un cristal donde se filtran palabras de tinta apelmazadas entre los labios de los amantes. Me invitaron a la inauguración y fui. Jacobo y Ruth son una pareja de amigos míos que iniciaron su propio y modesto negocio de libros antiguos y actualmente son el único establecimiento en el primer cuadro de la ciudad en donde puedo conseguir libros en braille. No fuimos muchos al evento, pero pasamos una tarde muy agradable. Cuando llegué, no quise hacerlo con las manos vacías, por eso busqué un puesto de flores. Providencialmente, una florería les queda como a cuarenta y dos pasos de distancia (yo también mido todo en pasos). No me costó mucho trabajo encontrarla.











· El autor (vidente) aprendió braille a la edad de 17 años.

Cancún, México.

Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.