viernes, junio 17, 2005

Monos Aulladores




Cuando joven, trabajé varios años como Técnico Académico en la Estación de Biología Tropical "Los Tuxtlas", en el sur del Estado de Veracruz, en México. Ahí descubrí que la naturaleza no descansa, en cada instante hay un reflejo de incesante actividad. Pasa en gran medida desapercibida para nuestros ojos. Acaso notaba algunos cambios en el viento, en el movimiento de las hormigas, o del vuelo de algunas aves. No obstante, parecía de una serenidad tan impasible como engañosa, como descubriría poco a poco. Uno de los sonidos que extraño hoy, tres décadas después, es el bramido de los saraguatos en la mañana y en la tarde. Los saraguatos son los monos aulladores. Su nombre técnico es Alouatta palliata. Algunos vericuetos relacionados con el nombre de Alouatta villosa, pero nada de preocuparse.

La desaparición de las colonias de saraguatos en México es un hecho palpable. Por ello, escribí esta historia que se llama "Aullido".



Aullido
Cuento
Daniel Navarro


No vi, no alcancé a reaccionar. Mi cuerpo se desplomó y el horizonte dio un vuelco, con el azul del cielo dividiendo mis ojos entre la tierra. Ella cayó conmigo, no pudimos hacer nada. Me gritó como queriendo advertirme que algo muy grave estaba ocurriendo. Escuché un ruido que detuvo su rostro. Estalló en pensamientos y se perdió de mi vista. Mi cuerpo sintió algo inesperado. Una línea recta me alcanzó en un costado. Caí profundo, en el pavor de las profundidades de la tierra. No tuve percepción del tiempo. Unas voces se apresuraron para arrastrarme. Gritaban y me desvanecí.

¿Amaneció o desperté? No tengo conciencia. Me duele un costado. Debo huir de esta prisión, buscar las alturas, no sé cómo detener este mareo. Me toco y siento que la sangre se ha coagulado, formando una costra. No escucho nada conocido, estoy perdido. Me repugna el olor de este lugar.

Intento moverme: estoy atado. Mi cuerpo adolorido me recuerda aquella ocasión cuando nos peleamos, tres contra mí. Perdí, pero pude defenderme en algo. Esta ocasión se me nubla la distancia, tengo sed. Mi prisión es muy extraña. Afuera del lugar encerrado, escucho voces. Son varios, lo que puedo adivinar por el color de los sonidos. Uno de ellos viene, me mira y me golpea la cara. No puedo defenderme. Estoy atrapado del cuello... Una voz diferente, de otra forma, se acerca; ellos intercambian sonidos. No entiendo. La voz es dulce. Me parece que discuten algo. El agresor se aleja. La otra voz se entretiene en algo que no puedo adivinar. Mi corazón tiembla de miedo.

En la noche, cuando todo está en calma, alguien se acerca. Con su sonido dulce me tranquiliza. Me libera del cuello. Me toma el cuerpo y escucho por última vez su voz. Posteriormente en silencio, me empuja fuera de la prisión. Miro la noche y la luna. Mi cuerpo se siente libre. Camino con miedo a recibir un golpe, pero su voz me tranquiliza. Cuando estoy a punto de desfallecer, corro con fuerza en medio de la noche. El olor que me repugna empieza a disminuir. ¡Estoy en libertad!

Entre las sombras, asciendo con dificultad un árbol. Encuentro un recoveco. Me llena el aroma de la noche, de la luna que me saluda. El follaje me oculta. Lleno de temor, el amanecer poco a poco me cubre con bruma que me disimula entre el árbol. Miro el alrededor y procuro ubicarme.

Con lentos movimientos, exploro el sitio y tomo una dirección que espero será la correcta.

Desorientado, no conozco esos parajes. Mis manos se adhieren a las ramas y me equilibro en pocos movimientos. La luz del sol que sale me permite incrementar poco a poco mi sentido de orientación.

Tras dos días de recorrer caminos, el alejarme del sitio donde se encontraban aquellos sonidos me tranquilizó muchísimo. Encontré pocos lugares por donde transitar, la mayor parte de los árboles habían sido derrumbados. Eso me hizo tardar mucho más en el camino de regreso.

Al tercer día escuché algo que me emocionó: un aullido. Se oía lejano. Traté de responder pero mi sonido no era lo suficientemente fuerte como para alcanzar aquel que me llamaba. Seguí ese día tratando de seguir el origen del llamado. Durante el atardecer, volví a escucharlo, esta vez más cerca.
Al cuarto día, en la mañana, aullé con fuerza. Tras guardar silencio, esperé a que me respondieran.

Tras intentarlo una vez más, seguí emitiendo mis llamados. No me abatí cuando no pude lograr la respuesta. Seguí en mi ruta. Al poco rato, un poderoso aullido me volvió la calma y la tranquilidad. Se encontraban bastante cerca. Esta vez volví a aullar y la piel negra de mi cara se erizó cuando escuché la respuesta. Mi cuerpo siguió desplazándose entre los árboles, animado de una fuerza inesperada.

Cuando estuve cerca, los vi. ¡Ahí estaban los míos! Se mecían en una rama como para darme la bienvenida. No estaba ella, la que había caído conmigo... Las formas negras se desplazaban entre las ramas con alegría. Él aulló una vez más con poderío y fuerza. Su rugido me estremeció de confianza y me abalancé sobre esas ramas. La felicidad me inundaba el cuerpo. Me seguía doliendo el costado, pero el espeso pelaje había apelmazado la sangre. Ahora podía sanar.

* * *

Cuando los gráciles monos saraguatos se perdieron en la selva, el río de las luces de una mañana se desbordaba por entre las hojas los árboles, formando cascadas de un rocío multicolor escurridas entre los laberintos. Después, todo se impregnó de quietud.

Acerca de mí

Mi foto
Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.