domingo, diciembre 18, 2005

Yolanda Arroyo Pizarro: Artista Invitada





Tener una pieza de literaria de Yolanda Arroyo Pizarro es todo un honor. Su fuerza de narrativa es como una honda en la frente de nuestra percepción. Sabe disparar la roca de palabras, y nuestras piernas flaquean ante sus letras. Su narrativa ha sido objeto de reconocimientos en su natal Puerto Rico, y sus textos recorren todo el continente. Hoy viene a compartir con nosotros la banca en el parque, a deleitarnos con la misma música de la banda del pueblo. A tomar chocolate. Quiere leernos en voz alta. Entonces el perfil del horizonte se abre cuando escuchamos esta obra de arte.




Antediluviano
Yolanda Arroyo Pizarro
Cuento


Me escondo luego que el rayo cae del cielo. La luz se convierte en un ser musculoso que jadea y suda, que crece, que aumenta y que no se debilita. Una de las hijas del desierto queda petrificada como yo, pero sin encontrar cobijo. Observo la escena horrorizada, con el humo de los sacrificios entrándome por la nariz.

El hombre luminaria toma a la hembra de los hombros y la lanza al suelo. En un gesto furibundo la despoja de sus ropas. Mi cuerpo se estremece y aprieto los puños en la incertidumbre del relampagueo. Con el fulguro, el suelo tiembla y mis piernas se abren. Se revientan las raíces de los árboles cercanos; los ídolos de piedra se desmoronan; el fuego hace estragos en todas las campiñas de la tribu y toso. El pecho duele.

Entre la humareda y mis lágrimas, y los gritos de la hembra, descubro el plumaje de las alas del hombre. Le nacen desde la espalda fornida. Se baten en cada embestida. Se sacuden con cada estocada. Ella sangra.

Escondo con las manos mi virginidad en un intento desesperado. El pubis se me frota entre las palmas transpiradas y lloro. Aterrada suspiro. Otro rayo da cuenta de la nueva presencia que a mis espaldas se crece, se hace grande, jadea, agita las alas y se me mete dentro.



Notas y créditos
El texto "Antediluviano" así como la ilustración que acompaña al cuento, son propiedad intelectual de Yolanda Arroyo Pizarro. Aparecen en el blog por cortesía de la autora.
www.narrativadeyolanda.blogspot.com

domingo, diciembre 04, 2005

Michele Moreno: Artista Invitada





Me enorgullece la participación de Michele Moreno quien ha sido reconocida como una de las máximas exponentes de las letras cancunenses. Su personaje La Correísta ha desarrollado una extensa, dinámica y original manera de promover la poesía y la cultura caribeña. Sus intensos ojos verdes vieron la luz por primera vez en Mérida, Yucatán, México. Ha publicado Sin Septiembre (Presagios, 1999), un manojo de textos nostálgicos y actualmente prepara un nuevo libro.

De sus publicaciones en el periódico Voz del Caribe, extraigo la siguiente:


Sobre la lluvia
Michele Moreno


Nada sucede dos veces
Ni va a suceder, por eso
Sin experiencia nacemos,
Sin rutina moriremos.

Wislawa Szymborska



Nos conocimos cuando yo era una niña y me decían Xuxu, y él era un adolescente que miraba pasar los trenes cerca de su casa. A mí me gustaban sus historias de locomotoras y de aquella prima que una vez bailó con él en forma provocativa. Así yo le hablaba de esa forma mía de pegar los labios al hielo, imaginando cómo sería un beso en la boca; él me describía cómo su padre trabajaba colgado en altos postes. Yo, de mis viajes interiores; él, de sus peligrosas excursiones de universitario. Él sabía volar.
Al cabo de los años, entonces las historias cambiaron. Él se fue a vivir un poco más lejos. Sin embargo, algo se mantenía: cada cierto tiempo yo recibía una flor diferente cada vez, con una descripción encantada de la misma. Eran flores poderosas con varios caminos y sortilegios. Llenaban.

No es lo mismo ningún día
No hay dos noches parecidas,
Igual mirada en los ojos,
Dos besos que se repitan


Poco a poco se hizo más grande la distancia. No más flores. Ni palabras. Y entonces cuánto lo extrañé. Mas respeté su silencio, aunque nunca lo entendí.
Hace más o menos un año lo encontré en un estacionamiento y platicamos por algunos minutos, ya que la lluvia empezaba a arreciar. Así que cada uno corrió hacia su automóvil. Cuando ya estábamos lejos uno del otro, le grité: "Tengo que escribir algo para mañana, ¿de qué escribo?", a lo que él respondió también con un grito: "Escribe sobre la lluvia". Y nos alejamos otra vez. Jamás escribí sobre la lluvia, es verdad. No la sentí.

Anoche, ocurrió una de esas noches en las que uno piensa que ya todo está perdido. Por alguna extraña razón me sentí derrotada. Problemas por todos lados. Deshorizontes que de pronto se le atraviesan a una en el camino. Con una presoledad cruzada en mi vida, tal como aceituna sobre martini seco, me detuve en un cibercafé a imprimir ciertas cosas urgentes, y, mágicamente, encontré un mensaje de mi amigo. Eran sólo cuatro palabras: "Nunca me he ido". ¿Nunca te has ido, desgraciado?, fue lo primero que pensé. Aun así, me cambiaron los colores desde los ojos hacia el mundo. Como era tarde para acudir a un parque (hay parques sumamente comprensivos), me subí al techo de mi casa a fumar un cigarro con las estrellas. Y estuve dilucidando en dónde nos quedamos…

Nos quedamos en que yo me fui. No lo recordaba. No de forma física, sino de la que sí duele. Me fui en esencia, y me fui muy lejos. Atando cabos, me di cuenta de que lo que sé de mi amigo últimamente ha sido a través de los que anteriormente fueron mis amigos cercanos, mas no suyos. Es decir, me fui de todos. Pero él los fue conociendo, se fue acercando a esas voces y vidas que yo antes le describía. Es verdad, en cierta forma nunca se fue.

Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaba
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.


A veces creemos que son los demás los que abandonan. Los que se van. Y no nos damos cuenta de que fuimos nosotros quienes de alguna manera abrimos la puerta. Así nos vamos quedando solos, y no nos damos cuenta, hasta que una noche "ocurre el descubrimiento de la sombra". Y creo que hay que reconocerlo y aceptarlo como samurai. No sé si vuelva un día a encontrar una flor en la puerta de mi casa, pero quise escribir esto como un homenaje, como un recuerdo, sólo como un color de tarde de flamencos atravesando el cielo… …

Vuelvo la cara hacia el muro
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Cómo una flor o una piedra?


Aquí está tu lluvia, amigo querido. No hay gotas más gotas que la vida sin flor. No hay lluvia más lluvia que nombrar tu sonrisa.
Tan lejos.
Llueva pues tu ausencia.




Notas:
Xuxu se pronuncia shushu. La letra equis en lengua maya siempre es sh.
Michele Moreno: feliciana13@yahoo.com

viernes, diciembre 02, 2005

National Geographic






Era domingo. Sí. Ese día, Mike y yo habíamos atrapado un ocelote en la reserva ecológica de Laguna Atascosa, cerca de Brownsville y de South Padre Island, en Texas. Sí. Los afamados fotógrafos de National Geographic estaban de suerte. Nosotros también. Un ocelote. El felino en peligro de extinción en las páginas del Geographic. Más interesados podrían colaborar en detener la extinción de los felinos sobre este planeta.

Cuando National Geographic apareció lo recuerdo hoy tantos años después. Fuimos a ver al felino. Mike le pidió al fotógrafo que estuviera al márgen para que el gato no se pusiera nervioso. Danny se llamaba el fotógrafo, mi tocayo. Comprendió. Mike y yo nos acercamos un poco, después él le inyectó un poco de ketamina; el gato cayó en sueño. Le hice una seña a Danny y nos acercamos, charlando lo menos posible para que el felino no se intraquilizara. En realidad no me di cuenta el instante en que el fotógrafo disparó su cámara. Es la foto que ven en la parte superior de esta entrada.

Se trataba de ilustrar un artículo sobre la frontera de México-USA, ese cordón que es dolor de cabeza para las políticas migratorias de los dos países. Yo nací en la frontera, conocía el asunto de esta vida cuasi migratoria.

Apareció la fotografía con el siguiente pie de página (traducido):
"Los cruces fronterizos son un derecho natural para las criaturas salvajes, como el ocelote, una especie en peligro de extinción, y cuyo hábitat amenazado se extiende hasta los matorrales subtropicales del sur de Texas. En un esfuerzo internacional para estudiar y salvaguardar el hábitat de este felino, el biólogo Mike Tewes y su colega mexicano Daniel Navarro (izquierda), ajustan un radio collar para rastreo, a una hembra de ocho kilogramos, en el Refugio Nacional de Vida Silvestre Laguna Atascosa."

La portada de ese número de Geographic en particular se quedó en mi mente, era la imagen del rostro de una chiquilla de Afganistán. Unos ojos bellísimos, un rostro de fuerza y fiereza. Así, sin querer, ella y yo nos unimos por esas cosas del destino. Ella en Afganistán, yo en una frontera, perdido entre los matorrales de un país desconocido y agreste.

Supongo que la vida actúa con cierta malevolencia. Seguí su historia, hasta que casi 20 años después apareció en las páginas del Geographic que habían vuelto a encontrar a la chiquilla. Ahora madre de dos o tres hijos, no recuerdo. "Yo también tengo hijos" le dije a ella, a la imagen en la revista. Supongo que nunca lo sabrá.

Tampoco sabré lo que alguien que me lea, me diga. Lo que sí sé es que los felinos son bellos. Son artífices de vida. Estoy convencido de que encima de mi misantropía, mientras haya un tigre vivo sobre la faz de este planeta, tenemos esperanza.




Créditos
Fotografía: Danny Lehman

National Geographic, June 1985
Escenario: Camioneta de Mike, con caja de frutas donde almacenábamos los instrumentos de campo. Camino rústico en Laguna Atascosa National Wildlife Refuge, Cameron County, Texas, United States of America.
Modelo: Michael E. Tewes, Female Ocelot No. 12, Daniel Navarro.
Derechos reservados de The National Geographic Society.




P.S. Después de liberar en seguridad al ocelote y las fotos, Mike se puso a ver el futbol americano, jugaban los Dallas Cowboys. Danny y yo nos fuimos a celebrar con una cerveza en South Padre Island.

martes, noviembre 29, 2005

catrina




Catrina
La Catrina es un personaje fundamental en la historia artística de México. Creada por el grabador José Guadalupe Posada, justo antes de la Revolución Mexicana, a inicios del Siglo XIX, muestra a la muerte vestida en forma elegante. La palabra "catrina" significa bien vestida. La imagen ha sido tomada por un sinnúmero de artistas plásticos, incluido Diego Rivera. Es el prototipo gráfico de la muerte y como tal, se le rinde culto en todo el país. Originally uploaded by danielnavarro.




Transcribo por interesante el texto aparecido en el suplemento de libros Hoja por Hoja del periódico mexicano Reforma en su edición de diciembre:
"Difícil creer que José Guadalupe Posada muriera en el olvido, a los sesenta y siete años, pocos días después de la noche de navidad de 1912 y luego de haber enfermado de una aguda enteritis --dicen algunos que tras atacar el barril de tequila que cada año acostumbraba comprar, eso aunado a que no contaba con los recursos económicos para tratarse--. Murió en ese lugar tan popular como él: Tepito, donde quizás ahora sus calacas han encontrado nuevos sitios de recreo con el renacimiento del culto a la muerte, y que es además el espacio ideal para que sus personajes, como el célebre Chepito Marihuano, que aún pulula por las vecindades, hallen una segura continuidad en la gente del barrio. A pesar de que su obra ahora es difundida nutridamente y reconocida por los más variopintos críticos, nunca está de más contar con una publicación de generosas dimensiones, donde se privilegia a la imagen y se pueden apreciar en detalle algunos de los grabados que más fama le han dado al artista hidrocálido, pero sin olvidar que un buen texto explicativo siempre es necesario para entender tanto el contexto sociocultural, que influyó de manera nodal en estos grabados, como las características estéticas de los mismos, para lo cual incluye una revisión de diversos pasquines y de los afamados volantes. (JM)."


Créditos:
Imagen: La imagen de la Catrina de José Guadalupe Posada prácticamente se ha convertido en Dominio Público. Se desconoce el propietario de los derechos. La imagen fue obtenida de internet.
Posada. El Grabador Mexicano. Textos de Montserrat Gali Boadelia y Mercurio López Casillas, Sevilla - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. 2005. 193 pp. ISBN 84-933036-9-0.
Hoja por Hoja, Suplemento de Libros, Año 9, Número 103, diciembre 2005. Pág. 6.

lunes, noviembre 28, 2005

A mi Catrina




A mi Catrina
Cuento
Daniel Navarro







Que yo recuerde, tres personas han visto a La Catrina. Mi historia surge a partir de una sesión de fotografía entre una joven estudiante y un fotógrafo... Pero no abreviemos; permítanme compartirla con ustedes en estas fechas tan importantes.




Primer verso
Observadora como es, cuando lo citó ya había estudiado detenidamente la clásica ilustración de Diego Rivera basada en el grabado de José Guadalupe Posada. La tienda de telas fue el suministro de todo el ajuar, excepto el sombrero con plumas de pavo real, que había encontrado en el viejo ropero que fuera anteriormente de su padre. Puntual, llegó al panteón perfectamente ataviada con el sombrero, la estola de zorro, su vestido largo y el chal. Aquella tarde ella lucía hermosa representando el personaje de la muerte. Se sentó sobre las losas de unas tumbas y extendió los brazos al cielo. De todo ello hubo registro fotográfico en ese atardecer. Su mirada, sus cejas, sus labios eran una nueva versión de lo que no pintó Rivera en La Alameda. Cuando terminaron la sesión, ella le dijo al hombre de la cámara, señalando una tumba: “Aquí hay una mujer y quiere hablar contigo.”

El fotógrafo estaba apurado registrando los rollos y el material que había utilizado, de modo que no puso demasiada atención en el detalle y siguió escribiendo.

En serio” - le instó con reiteración -, hay una mujer que quiere hablarte, que te conoce, dice. El fotógrafo levantó la vista para ver si estaba bromeando...

“Se llama Jovita y quiere decirte algo...”

El hombre de cincuenta y tantos años de edad no ocultó su desconcierto, ya que efectivamente había conocido una Jovita, muchos años atrás, pero había fallecido. No dijo nada, depositó su cámara en su maletín. Por curiosidad o corazonada, al acercarse a ver la inscripción de la losa leyó las iniciales: “JMF” y el año en el que había muerto.

Al notar demasiadas coincidencias como para que su modelo hubiera adivinado cosas personales sobre él, le preguntó a la Catrina “¿Y qué me quiere decir?” La respuesta le erizó la piel: “Nana Kutsi.”

Al salir de panteón, le contó de Jovita, su novia de juventud. Mientras la tarde se encaramaba en los árboles, le habló acerca de ella y sobre las tardes de fiesta en su pueblo, en la que juntos miraban los fuegos artificiales estallando en el cielo.

“Había tenido vacaciones de la escuela y fui a mi pueblo a celebrar. Tomé un poco de charanda. Yo me había ido primero a Morelia a buscar trabajo sin buen resultado, pues de varios me corrieron.” Continuaba narrando mientras se acercaban a la puerta principal del panteón. Al salir, una persona cerró con una cadena el portón.

“Un día me acerqué a pedir algo, lo que fuera de trabajo, en un pequeño estudio de fotografía. Allí aprendí a tomar fotos de ovalito, y estudios de novias elegantes y preciosas en el día de la boda. Soñaba con el día en el que Jovita y yo tuviéramos esa foto en la que yo luciría parado atrás de sus hombros, cuidándola, a la vez que ella sostendría un hermoso ramo. Junté unos centavos y fuimos a celebrar como lo hacíamos cada vez que había oportunidad. Un día le tomé unas fotos a ella solita, saliendo de misa. Después nos fuimos a la feria y luego al baile del pueblo.

“Por cierto, la próxima semana iré a mi tierra a la celebración de día de muertos. A usted, señorita Catrina, ¿no le gustaría conocer?”

Ella se quedó pensativa sin responder.

Cuando don Barí reveló el rollo, no encontró las imágenes que había tomado. Primero pensó que se había velado. El negativo era casi completamente homogéneo. Lo miró con detenimiento al encender la luz del cuarto oscuro y pudo discernir algunas manchas difusas en aquel. Volvió a apagar la luz y puso los negativos en el proyector para imprimir algunas placas en papel. Con los filtros anaranjados encendidos, colocó tres piezas del kodabromide e hizo exposiciones en bajo, mediano y alto contraste. Al sumergir las hojas de papel en el revelador, descubrió en una de ellas la imagen completa de una mujer conocida y que no era sin embargo la modelo. Al ver la imagen, nerviosamente la pasó al fijador, para detener lo que no podía creer: Era Jovita y vestía como aquella vez en que bailaron siendo jóvenes y se amaron en secreto.



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Segundo verso
“Hoy es día de muertos y he venido a celebrar con Jovita. Les notifico a todos quienes piensan que he bebido demasiada charanda... Es un poco lo que en realidad he bebido, pero la verdad estoy alegre.”

Miró las corundas con jocoque, las veladoras, el champurrado, chongos y charamuscas, torrejas y pan de muerto. En una calaverita estaba inscrito su propio nombre y en la otra las palabras Nana Kutsi. En un marco de madera, estaba la fotografía que había revelado en la que se mostraba una mujer joven vestida de gala.

Se dirigió a la concurrencia compuesta por algunas personas que se encontraban celebrando la fiesta de los difuntos con adornos similares. “Yo mismo he traído mi ofrenda para decirle que siempre la amé. Qué sí, que me tomo mis copitas de vez en cuando, pero no mucho porque no quiero que se enoje conmigo.” El bullicio parecería ser mucho mayor al que podría generar el número de personas presentes en la celebración.

“Cada uno de ustedes está con sus muertitos y yo estoy con Jovita... ¡Qué lindos tus ojos bellos, negros como el carbón!”

“Así que con el permiso de ustedes, yo la invité a bailar...”, y tomaron la calle como pista de baile en medio de procesiones, sin música.

“No estamos solos porque todos bailan.” Durante un buen rato los presentes compartieron esa alegría de estar juntos otra vez, vivos y muertos, en la noche del primero de noviembre.

Al terminar el baile, descubrió a la Catrina que se acercaba y por lo que le dijo al oído a Jovita:

“La Catrina ha venido a acompañarnos en nuestra velada.” Fueron juntos de la mano a recibirla.

Él le dio la bienvenida al pie de un camino empedrado cubierto con flores de cempasúchil.

“Eres nuestra invitada...”, celebró con una caravana acompañando sus palabras.

“Sí, ya los vi bailar”, contestó la Catrina, luciendo su hermosa sonrisa. Jovita la tomó del brazo y la guió con alegría hasta la ofrenda. Las mujeres parecían conocerse por la confianza con que se hablaban.

Llegaron a la mesa en la que se hallaban depositados aparte de los alimentos y las veladoras, la fotografía de Jovita. La Catrina la vio e hizo la observación: “Ya conozco esta fotografía.” Siguió cubriendo de halagos el arte de la ofrenda y el exquisito color de las flores de cempasúchil combinadas con otras flores moradas, rosas y blancas. Al descubrir la calaverita de azúcar, la Catrina la tomó entre sus manos y le preguntó: “Nana Kutsi, qué significa, don Barí?”

“Es purépecha, Mi luna”, le respondió con voz quebrada por la emoción. Sonriendo, Jovita se juntó hacia él, como antes solía hacerlo, muy cerquita. Y sus facciones brillaron bajo la luz de las velas.



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Tercer verso
La Catrina los miró enternecida. Depositó la calaverita de azúcar en su lugar y les dio las gracias en señal de despedida.

Volteó y recorrió con su vista a su alrededor mientras todo el mundo hablaba con sus muertos en esa gran fiesta. Cada quien a su manera, en su lenguaje o con rezos, con canciones o poesía, entre el humo del copal y la luz de las veladoras, los vasos de agua calmaban la sed de los viajeros procedentes de lejanos confines. Sin decir nada se retiró y sola recorrió las calles empedradas de Pátzcuaro hablando con no sé quiénes, su voz perdiéndose en el canto del grillo berbiquí, que es el murmullo amalgamado entre los vivos y los muertos.

Fui yo quien la vio al doblar la esquina. Prendado de su belleza, alcancé a notar que el viento hacía volar un poco el sombrero adornado con plumas de pavo real. Creo que levantó su mano para decirme adiós. Creí oírla decir emocionada: “Adiós Papá.” Tan seguro estuve de que me había visto que apuré mis pasos etéreos para hablarle por unos momentos, pero al llegar a la otra esquina únicamente encontré el sombrero cubierto con flores de cempasúchil.

El amanecer difuminó mis formas y se disolvieron en el humo del copal, sembrando ausencia.

El canto de las aves de otoño arremolinadas en los árboles fue lo último que escuché antes de perderme en la nada.





Créditos:
Modelo: Las imágenes de la Catrina son personificaciones de Danielle realizadas específicamente para el presente texto. Se respetó sombrero y plumas, así como parte de la indumentaria del grabado original de la Catrina de José Guadalupe Posada.
Fotografía: Las fotografías fueron tomadas en el Cementerio Municipal de Chetumal, Quintana Roo por el artista invitado Gelfis Martínez.
Texto: El cuento participó en el concurso anual de cuento de la Casa de la Cultura de Cancún. No fue ganador.
El texto e imágenes son propiedad intelectual de Daniel Navarro. Derechos Reservados.

domingo, noviembre 20, 2005

COHESION MITOLOGICA, EXILIO Y REALIDAD EN MEXICO




Moneda mexicana
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Reverso de una Moneda de 10 pesos en la cual se observa el águila devorando una serpiente, el mito central de México.




Cohesión mitológica, exilio y realidad en México
Ensayo
Daniel Navarro



Mi ciudad es chinampa en un lago escondido
...es un bosque de espectros que cuidan castillo

Guadalupe Trigo, Mi ciudad


El mito permite la relación y ordenamiento entre la sociedad humana y la naturaleza porque ayuda a tratar de explicar fenómenos cuyo alcance es desconocido. Mas no sólo eso, sino que permite agrupar y cohesionar a amplios grupos de población con características de exilio o durante otras variedades de crisis sociales. Para el caso de México, una extraordinaria variedad de mitos indios se transformaron desde el inicio, en un fenómeno de nacionalidad. De hecho en los símbolos patrios coexisten estos aspectos indígenas prehispánicos posteriormente mezclados con la cristiandad impuesta durante la Conquista y tiempos posteriores.

Uno de estos mitos, una creencia prehispánica mexica, ha trascendido los más de mil años de existencia de todo un país. Una feliz coincidencia de factores condujo a que dicho mito tuviera una representación gráfica, una imagen que se perpetúa todavía a través de los siglos, y que al inicio del milenio, se extiende más allá de las fronteras.

Cuando el Virrey de Mendoza, una vez concluida la Conquista de México, ordenó la escritura de un documento que reflejara ante su Alteza, la riqueza, diversidad y valor de las tierras recientemente sometidas, los escribanos abrieron el universo con una poderosa imagen que a la postre se convirtió en una suerte de ícono nacional mexicano. De hecho, la primera página del Códice Mendocino trasciende una visión histórica, el resumen cartográfico requerido, y se convirtió en lo que considero es la representación gráfica del mito central mexicano.

Pero no siempre fue así. Un conjunto de símbolos y creencias lo conformaron como guía de un pueblo con características de exilio. El mito señala que cuando los mexicas fueron expulsados de una región norteña e iniciaron su deriva hacia el sur, tuvieron como guía una combinación del bestiario indiano que marcaba el punto geográfico preciso donde se ubicaría el restablecimiento de la población dispersa. Justo en ese punto, la tribu nómada se reagruparía y lo convertiría como centro religioso.

La señal que tuvo la utilidad de servir de guía a un pueblo guerrero sin lugar fijo, consistía en encontrar a un águila posada sobre un nopal, y devorando a una serpiente. De acuerdo con los registros y sus posteriores interpretaciones, dicha visión se convirtió en realidad y a partir de entonces se inicia la compleja historia de los mexicas en lo que hoy es la ciudad de México.

Podríamos pensar que el tema del águila y la serpiente no está exento de candidez y cierta ingenuidad, pero no podemos negar que es sorprendente su continuidad prácticamente inalterada. La idea central que sirvió de inspiración y fortaleza para la búsqueda de esa visión a través de los años, guiaría al pueblo azteca en una especie de éxodo indio en busca de la tierra pródiga. Los orígenes del símbolo se pierden en la historia, pero es posible suponer que pudo haberse originado –me atrevería a sugerir--, asociado a experiencias alucinantes con plantas religiosas. Por otra parte, esta conjunción de águila y serpiente difícilmente es un evento fortuito. Requiere de continuidad en las condiciones tanto culturales como naturales.

No es difícil pensar que la base de este pensamiento que mezcla al águila y la serpiente, tenga su base en el concepto o deidad conocida como Quetzalcóatl, que podríamos ver como un dragón en el nuevo mundo. Dicho dios, es el símbolo de la pluma y la escama, el ave del conocimiento conjugado con el dolor de la tierra, la continuidad del sentimiento asiático en la vastedad de las tierras ignotas de un continente sagrado.

Al establecerse alrededor de este símbolo, los aztecas iniciaron una labor expansiva y el símbolo prevaleció sin integración religiosa en el sentido estricto. Por otra parte, al ser una cultura transformada en todos los sentidos durante la Conquista, el símbolo se convirtió en una parte de la Nueva España. Por ende, el símbolo cubría un territorio geográfico de enorme extensión.

Posteriormente, durante los dos siglos XIX y XX, el símbolo mexica fue adoptado como elemento central en la bandera nacional mexicana. No obstante, no hay que olvidar que la simbología de la bandera evolucionó desde una base mariana (azul y blanco, al estilo de la actual bandera argentina), pasando por un esquema tricolor con estrellas doradas. En la primera aparición del símbolo, el águila mantiene una posición de alas extendidas y después el águila se modificó para presentarse de perfil regresando a la representación gráfica del Códice Mendocino. Es interesante añadir que la mayoría de los elementos gráficos mantuvieron su identidad, excepto la culebra, que básicamente se adaptó para ser reconocida como una serpiente de cascabel.

Águila devorando serpiente: la patria muriendo con cada individuo, renaciendo intacta entre las espinas del nopal en el islote de la existencia mortal de un mexicano. La aspiración de la muerte como virtud, herencia azteca indeleble que al perpetuarse otorga sentido a la existencia dolorosa de una nación abierta en canal. Cohesión mitológica que se convierte en lanza y escudo, el milagro viviente del creer, que permite enfrentar molinos y adversidad.

Desde una perspectiva probabilística, el evento de atestiguar a un águila devorando a una serpiente, como elemento guía para señalar el lugar exacto de la tierra prometida, revela que aunque desde el principio el mito se restringía a condiciones ecológicas similares, existe la probabilidad de que en cualquier parte de Mesoamérica se pudiese observar dicho evento. El concepto “águila” devorando “serpiente” en un islote rodeado por bosque representa en efecto una posibilidad real en varios lugares no sólo de México sino que pudiera haber ocurrido en la actual Guatemala, o incluso más al sur. Asimismo, el mito fue lo suficientemente amplio como para poder haber sido comprobado en forma reiterada.

Una vez satisfecho el fin de la profecía, cuando los aztecas fundaron Tenochtitlan, el hecho se transformó en mito. Sin utilidad ulterior, una vez descubierto el sitio donde se cumplieron los requerimientos estipulados en tiempos previos al exilio, el concepto se convirtió en elemento vigente hasta la llegada de los Conquistadores. El símbolo se cubrió de sangre, de derrota, de amargura permanente. El águila abierta en canal, desangrándose por siglos. Entonces se cubrió con la máscara colectiva del mexicano.

Hoy, a poco más de quinientos años después de la Conquista, reaparece con fuerza el fenómeno de la migración entre los descendientes aztecas. A inicios del siglo XXI, el águila y la serpiente ocupa nuevos espacios en la geografía del continente. El mito trasiega fronteras y campos algodoneros en la piel de campesinos mexicanos con fuertes raíces indígenas que eligen el autoexilio como forma de vida.

No me es personalmente distante el fenómeno. En mi rostro existen evidencias de un pasado nómada, en los muros de mi hogar infantil todavía resuenan los monótonos ritmos marcados por danzantes emplumados y semidesnudos. Elementos de mi familia se encuentran en forma dispersa en campos agrícolas de Estados Unidos, congregados únicamente por el idioma, el águila devorando la serpiente, y curiosamente por una herencia propiamente española - mexica: una virgen india.

Ahora la Virgen de Guadalupe --Alter Ego india de la Virgen María --, se ha unido para acompañar la soledad del exilio y de la distancia del lenguaje y de la vastedad del horizonte. Los mitos como estandarte de la nueva tierra prometida. Expulsado de la patria original, los nuevos aztecas intentan una y otra vez, encontrar el lago donde asentarse, el islote promisorio de futuro. Un águila devorando la vida y alcanzar el virtuosismo de la muerte renacida cada día primero de noviembre. La continuidad de una sociedad deshecha, expulsada, sin hogar, valerosamente aferrada a un estandarte de mitos con el cual se yerguen ante lo pavorosamente desconocido.

viernes, junio 17, 2005

Monos Aulladores




Cuando joven, trabajé varios años como Técnico Académico en la Estación de Biología Tropical "Los Tuxtlas", en el sur del Estado de Veracruz, en México. Ahí descubrí que la naturaleza no descansa, en cada instante hay un reflejo de incesante actividad. Pasa en gran medida desapercibida para nuestros ojos. Acaso notaba algunos cambios en el viento, en el movimiento de las hormigas, o del vuelo de algunas aves. No obstante, parecía de una serenidad tan impasible como engañosa, como descubriría poco a poco. Uno de los sonidos que extraño hoy, tres décadas después, es el bramido de los saraguatos en la mañana y en la tarde. Los saraguatos son los monos aulladores. Su nombre técnico es Alouatta palliata. Algunos vericuetos relacionados con el nombre de Alouatta villosa, pero nada de preocuparse.

La desaparición de las colonias de saraguatos en México es un hecho palpable. Por ello, escribí esta historia que se llama "Aullido".



Aullido
Cuento
Daniel Navarro


No vi, no alcancé a reaccionar. Mi cuerpo se desplomó y el horizonte dio un vuelco, con el azul del cielo dividiendo mis ojos entre la tierra. Ella cayó conmigo, no pudimos hacer nada. Me gritó como queriendo advertirme que algo muy grave estaba ocurriendo. Escuché un ruido que detuvo su rostro. Estalló en pensamientos y se perdió de mi vista. Mi cuerpo sintió algo inesperado. Una línea recta me alcanzó en un costado. Caí profundo, en el pavor de las profundidades de la tierra. No tuve percepción del tiempo. Unas voces se apresuraron para arrastrarme. Gritaban y me desvanecí.

¿Amaneció o desperté? No tengo conciencia. Me duele un costado. Debo huir de esta prisión, buscar las alturas, no sé cómo detener este mareo. Me toco y siento que la sangre se ha coagulado, formando una costra. No escucho nada conocido, estoy perdido. Me repugna el olor de este lugar.

Intento moverme: estoy atado. Mi cuerpo adolorido me recuerda aquella ocasión cuando nos peleamos, tres contra mí. Perdí, pero pude defenderme en algo. Esta ocasión se me nubla la distancia, tengo sed. Mi prisión es muy extraña. Afuera del lugar encerrado, escucho voces. Son varios, lo que puedo adivinar por el color de los sonidos. Uno de ellos viene, me mira y me golpea la cara. No puedo defenderme. Estoy atrapado del cuello... Una voz diferente, de otra forma, se acerca; ellos intercambian sonidos. No entiendo. La voz es dulce. Me parece que discuten algo. El agresor se aleja. La otra voz se entretiene en algo que no puedo adivinar. Mi corazón tiembla de miedo.

En la noche, cuando todo está en calma, alguien se acerca. Con su sonido dulce me tranquiliza. Me libera del cuello. Me toma el cuerpo y escucho por última vez su voz. Posteriormente en silencio, me empuja fuera de la prisión. Miro la noche y la luna. Mi cuerpo se siente libre. Camino con miedo a recibir un golpe, pero su voz me tranquiliza. Cuando estoy a punto de desfallecer, corro con fuerza en medio de la noche. El olor que me repugna empieza a disminuir. ¡Estoy en libertad!

Entre las sombras, asciendo con dificultad un árbol. Encuentro un recoveco. Me llena el aroma de la noche, de la luna que me saluda. El follaje me oculta. Lleno de temor, el amanecer poco a poco me cubre con bruma que me disimula entre el árbol. Miro el alrededor y procuro ubicarme.

Con lentos movimientos, exploro el sitio y tomo una dirección que espero será la correcta.

Desorientado, no conozco esos parajes. Mis manos se adhieren a las ramas y me equilibro en pocos movimientos. La luz del sol que sale me permite incrementar poco a poco mi sentido de orientación.

Tras dos días de recorrer caminos, el alejarme del sitio donde se encontraban aquellos sonidos me tranquilizó muchísimo. Encontré pocos lugares por donde transitar, la mayor parte de los árboles habían sido derrumbados. Eso me hizo tardar mucho más en el camino de regreso.

Al tercer día escuché algo que me emocionó: un aullido. Se oía lejano. Traté de responder pero mi sonido no era lo suficientemente fuerte como para alcanzar aquel que me llamaba. Seguí ese día tratando de seguir el origen del llamado. Durante el atardecer, volví a escucharlo, esta vez más cerca.
Al cuarto día, en la mañana, aullé con fuerza. Tras guardar silencio, esperé a que me respondieran.

Tras intentarlo una vez más, seguí emitiendo mis llamados. No me abatí cuando no pude lograr la respuesta. Seguí en mi ruta. Al poco rato, un poderoso aullido me volvió la calma y la tranquilidad. Se encontraban bastante cerca. Esta vez volví a aullar y la piel negra de mi cara se erizó cuando escuché la respuesta. Mi cuerpo siguió desplazándose entre los árboles, animado de una fuerza inesperada.

Cuando estuve cerca, los vi. ¡Ahí estaban los míos! Se mecían en una rama como para darme la bienvenida. No estaba ella, la que había caído conmigo... Las formas negras se desplazaban entre las ramas con alegría. Él aulló una vez más con poderío y fuerza. Su rugido me estremeció de confianza y me abalancé sobre esas ramas. La felicidad me inundaba el cuerpo. Me seguía doliendo el costado, pero el espeso pelaje había apelmazado la sangre. Ahora podía sanar.

* * *

Cuando los gráciles monos saraguatos se perdieron en la selva, el río de las luces de una mañana se desbordaba por entre las hojas los árboles, formando cascadas de un rocío multicolor escurridas entre los laberintos. Después, todo se impregnó de quietud.

Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.